A falta de apenas dos días para la celebración de las elecciones en Estados Unidos y sin una candidatura que parta con una ventaja clara, las certezas son escasas y la tensión aumenta en aquellos lugares para los que el resultado puede marcar su futuro inmediato. Es el caso de Ucrania, que al igual que sus aliados europeos, se pregunta cuáles serían los planes de Donald Trump para la guerra en Europa después de meses en los que el candidato ha afirmado repetidamente que sería capaz de lograr rápidamente el final del conflicto rusoucraniano. Aún más lejos ha ido el candidato a vicepresidente Repulibcano, JD Vance, que ha planteado una resolución en forma de división del país según sus fronteras actuales y una Ucrania neutral, planteamiento que ni Kiev ni las capitales europeas pueden permitirse aceptar.
La posibilidad del retorno de Trump no es la única preocupación para el Gobierno ucraniano. La publicación en las últimas horas de los comentarios realizados por la vicepresidenta Kamala Harris a Volodymyr Zelensky en vísperas de la invasión rusa muestra lo que ya se había rumoreado: la relación con la actual candidata Demócrata a la Casa Blanca no puede compararse con la cercanía que Zelensky ha disfrutado con Joe Biden. Aquellos días, Harris insistió ante Zelensky que “va a venir la guerra y vais a perder”. La ahora aspirante a la presidencia recomendaba al presidente ucraniano crear un Gobierno en el exilio y centrarse en la guerra de guerrillas, versión a la que, por aquel entonces, se adhería también Hillary Clinton. Las dudas sobre si la frialdad de la relación entre Zelensky y Harris puede reducir el apoyo estadounidense a Ucrania ha preocupado al Gobierno ucraniano que, pese a todo, continúa insistiendo en que Estados Unidos seguirá defendiendo a Ucrania mientras sea necesario, tal y como ha insistido Joe Biden. Y sea cual sea la candidatura ganadora, Kiev continuará exigiendo lo mismo que hasta ahora: aumento del suministro militar en nombre de la victoria, más implicación directa en nombre de la posible derrota, levantamiento de las restricciones de uso de armamento para extender la guerra a territorio de la Rusia continental y más sanciones con las que destruir la economía de la Federación Rusa.
Lo ajustado de las encuestas, las dudas sobre la capacidad de Harris y Trump para mantener un debate de contenido político y la necesidad de apelar al más amplio espectro de los votantes en potencia ha reducido notablemente el contenido de la campaña, por lo que no hay apenas detalles sobre las intenciones de los dos candidatos sobre qué hacer con la cuestión ucraniana, cómo continuar la guerra o encaminarla hacia el final. Pese a las quejas sobre la negativa de Trump a explicar cuál sería su plan para Ucrania y la relación con Rusia, en el caso de Harris, las dudas pueden ser incluso mayores. Mientras que el candidato Republicano se ha mostrado esquivo a la hora de explicar cómo lograría su objetivo, la paz inmediata, la Demócrata se ha limitado a frases hechas y en ningún momento ha dejado claro siquiera si se centrará en acortar el conflicto, buscar su resolución o simplemente dejarlo como está.
Una de las escasas certezas que plantean las elecciones estadounidenses es que la política exterior y también la económica, cada vez más vinculada a la idea de la seguridad nacional, se centrarán en el verdadero oponente de Washington, China. La guerra en Europa y la retórica de la Guerra Fría que se ha recuperado en los últimos dos años para justificar la asistencia militar occidental a Ucrania no esconde que, por su peso económico y demográfico e incluso militar, Rusia no puede convertirse en un enemigo similar a la Unión Soviética el siglo pasado o China ahora. Es más, cada vez es más común presentar la guerra de Ucrania como un conflicto que también ha de servir de advertencia para Beijing, no solo para Moscú, para comprobar la reacción de Occidente en caso de ataque contra un aliado.
Sin embargo, las escasas ambiciones expansionistas que ha mostrado China en las últimas décadas, dejan el frente económico como el principal en esa guerra. Aunque es Trump quien ha hecho de la idea de imponer aranceles prohibitivos a ciertos productos chinos su principal propuesta económica, esa lógica se repite también en la administración Demócrata. El objetivo es simple: proteger la producción y los productos propios imponiendo unas tarifas tan elevadas que, en la práctica, prohíben esos productos con los que los países occidentales no pueden competir. Esta semana se ha producido un ejemplo ilustrativo de esta práctica, de sus consecuencias económicas y también geopolíticas.
En respuesta a las medidas impuestas por Estados Unidos y su colaboración con la industria armamentística de Taiwan, China ha anunciado sanciones contra Skydio. La empresa, “con sede en San Mateo, vende sus productos a empresas y organismos públicos, incluido el ejército estadounidense”, escribe esta semana Financial Times, que critica la actuación china, que entiende como una actuación de Beijing para eliminar la competencia para su principal empresa de producción de drones, DJI, pero que ignora que Washington y Bruselas están actuando de forma similar limitando la competencia china en productos en alza como los vehículos eléctricos.
Pese a la insistencia en la idea de que el Gobierno no ha de intervenir en la economía y que ha de ser el mercado quien regule la competencia, la empresa no ha tardado en apelar a la Casa Blanca en busca de ayuda y mediación. Como relata el artículo, que afirma que el episodio servirá para destacar el peligro de depender de las cadenas de suministro chinas, Skydio busca alternativas para sustituir las baterías chinas que precisan sus drones en Taiwan. La economía y la geopolítica tienden a ir de la mano.
En una economía globalizada, descentralizada y deslocalizada, las sanciones y contrasanciones entre las potencias más importantes del momento no solo afectan a los dos países, en este caso a China y Estados Unidos y sus empresas. Skydio no solo suministra productos al ejército de Estados Unidos, sino también al de Ucrania. “La empresa declaró haber enviado más de 1.000 drones a Ucrania con fines de inteligencia y reconocimiento. Los drones también se han utilizado para ayudar a documentar crímenes de guerra rusos”, explica Financial Times, que añade que la empresa “declaró que su último modelo, el X10, era el primer dron estadounidense que superaba las pruebas de guerra electrónica ucranianas -lo que significa que son difíciles de interferir- y que Kiev había solicitado miles de ellos”.
Absolutamente dependiente de la voluntad de sus aliados de continuar el flujo de armamento y financiación, cada medida tomada por o contra Washington afecta directamente a Ucrania. Desde la creciente guerra económica a la contienda electoral, el estatus del Gobierno de Kiev como una entidad sin capacidad de supervivencia por sí misma implica la internacionalización de sus problemas, que las sanciones de Beijing a una empresa estadounidense le priven de un material preciado y que las elecciones en las que se juega el futuro del país no sean las propias sino las que se celebran en Estados Unidos el martes.
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