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Armas, Estados Unidos, OTAN, Zelensky

Factores geopolíticos

Desde la primavera de 2014, con la adhesión de Crimea a Rusia y el inicio de la guerra en Donbass con el decreto de la operación antiterrorista, el conflicto ucraniano ha estado definido por una triple vertiente con un factor interno de guerra civil de Donetsk y Lugansk contra Kiev, otro vinculado al enfrentamiento entre Ucrania y la Federación Rusa por la cuestión de Crimea y el encaje territorial de las Repúblicas Populares y una lucha de poder en Europa que afectaba a Moscú y las capitales occidentales. No fue solo la presencia de solados extranjeros -croatas o georgianos en el lado ucraniano, rusos y serbios en el ruso y diferentes facciones de grupos chechenos en ambos- o que se asumiera la participación rusa en los combates lo que internacionalizó la guerra.

Los diferentes formatos de negociación que se han producido a lo largo de la última década también dejan constancia del peso de la opinión de los aliados internacionales de Ucrania en el proceso. Antes incluso de que Kiev decidiera utilizar la vía militar para resolver el problema político de Donbass, las negociaciones de Ginebra involucraron a los países europeos, Estados Unidos y Rusia, con una amplio protagonismo para el entonces secretario de Estado John Kerry y el ministro Sergey Lavrov. Los dos acuerdos de Minsk se gestionaron también con el apoyo de Alemania y Francia, cuyos jefes de Estado o de Gobierno estuvieron presentes en la maratoniana negociación de febrero de 2015, con la que Angela Merkel creyó haber encontrado la fórmula para desescalar el conflicto. De ese intento nació el Formato Normandía, fallido como todos los demás foros de negociación. Mucho antes de la invasión rusa de 2022, Ucrania trataba de compensar su fragilidad con apoyo externo, única forma de contrarrestar la posición de debilidad que indicaba el frente, en el que Kiev no había sido capaz de derrotar a la RPD y la RPL, para tratar de imponer un final de la guerra que se acercara más a la paz del vencedor que al resultado real de la contienda.

La invasión rusa de febrero de 2022 no solo cambió la naturaleza y la intensidad de la guerra, sino que acrecentó la dependencia occidental de Ucrania, que ya no se limitaba al apoyo diplomático contra Rusia y el peso de los créditos de instituciones internacionales en la economía, sino que se convirtió en la única vía de sostener el Estado ucraniano y de hacer posible que las Fuerzas Armadas continuaran luchando. A juzgar por las declaraciones de todas las personas conocedoras de las negociaciones -David Arajamia, Naftali Bennet, Gerhard Schoeder o Victoria Nuland-, incluso el proceso de Estambul, único en el que ningún país occidental estaba directamente presente en la negociación, el peso de la opinión de los países occidentales, especialmente de Estados Unidos, fue uno de los factores por los que la diplomacia no prosperó y la guerra ha permanecido hasta ahora como única vía posible de resolución del conflicto. Según el tracking del Kiel Institute for the World Economy, desde febrero de 2022 hasta el 31 de agosto de este año, Ucrania ha obtenido un total de 221.500 millones de dólares (114.790 millones de dólares en asistencia militar, 90.590 en asistencia financiera y 16.170 en asistencia humanitaria), buen reflejo de la importante dependencia económica y militar de Kiev.

La presentación en la Rada del Plan de Victoria, una serie de pasos para logar los objetivos de Ucrania dirigidos fundamentalmente a sus aliados, no se limitó a relatar los cinco puntos básicos y las exigencias materiales y económicas para lograrlo, sino que fue enmarcado en un análisis muy concreto del estado de las relaciones internacionales. La precaria situación de Ucrania, dependiente de sus socios para continuar aspirando a cumplir sus escasamente realistas planes militares, precisa de aún más asistencia. Para ello, Ucrania ha utilizado indistintamente, y en ocasiones de forma simultánea, el argumento de la promesa de una victoria contra el enemigo común y el peligro de la derrota, que abriría la puerta a una posible agresión rusa a países de la OTAN como los países bálticos o Polonia. La dinámica de la guerra resta toda credibilidad a cualquiera de los dos argumentos: incluso desde el Pentágono se observa como imposible la recuperación de las fronteras de 1991 que supondrían la derrota completa rusa y solo un imprevisible colapso ucraniano podría hacer que Rusia marchara al este del río Dniéper, se aproximara a Odessa o, menos aún, a Kiev, Ternopol, Lviv o Mukachevo. El intento ruso de evitar a toda costa un enfrentamiento con países de la OTAN y ha mantenido abierta la comunicación con Estados Unidos precisamente para evitar ese escenario. El desgaste de la guerra, ampliamente exagerado por Ucrania, pero sin duda importante, hace aún más inviable ese escenario.

En los últimos meses, Ucrania ha buscado una forma de alertar del peligro ruso y destacar su importancia que va más allá de la insistencia en la situación en el frente. Los retrocesos militares, el fracaso de la contraofensiva terrestre de 2022 y la clara pérdida de protagonismo debida a la fatiga de la guerra y la competencia de Israel por la atención de Estados Unidos han obligado a Kiev a buscar un marco en el que el frente ucraniano sea presentado como el elemento central de una guerra que, como ha afirmado Ben Hodges, excomadnante general del ejército de Estados Unidos en Europa, “es sobre mucho más que solo Ucrania”. En sintonía con esa idea, Zelensky afirmó en Bruselas que “el objetivo del Plan [de Victoria] es reforzar, no solo a Ucrania, sino toda nuestra comunidad euroatlántica”. Ante todo, según el presidente ucraniano, “Ucrania es una nación democrática que ha probado que puede defender la región euroatlántica y nuestra forma de vida común”. Para hacerlo, la empobrecida Ucrania necesita, por supuesto, más armamento y financiación con la que defenderse en su territorio y atacar en tierras rusas. Sin capacidad propia de producir o costear el material para esa guerra, Zelensky presenta al país no como escudo y garantía, sino simplemente como carne de cañón.

Ahora Zelensky ha elevado la apuesta, intentando aprovechar las tensiones internacionales para conseguir más ayuda, acercarse a sus socios estadounidenses, de quienes depende que el flujo de armamento aumente, a base de afirmar estar luchando contra dos enemigos comunes, Irán y la República Popular de Corea, y tratando de ponerse al mismo nivel que Israel en términos de jerarquía de aliados. “Putin quiere igualar la producción de munición de vuestros países el año que viene”, afirmó Zelensky para sentenciar que “está recibiendo ayuda de Corea del Norte, que le vende proyectiles, equipamiento y ahora incluso personas”. Esta semana, el Kremlin confirmaba que el nuevo tratado de seguridad entre Moscú y Pyongyang implica clausulas de seguridad colectiva, abriendo la puerta a la participación de soldados en caso de que uno de los dos países resultara agredido. Según la inteligencia militar ucraniana y surcoreana, ninguna de ellas imparcial en esta cuestión, 12.000 soldados norcoreanos se habrían trasladado a Rusia para ser entrenados militarmente. Pese a que, sea o no cierta la noticia, es evidente que esas tropas no han llegado al frente, la prensa ucraniana ya ha comenzado a ver tropas norcoreanas entre las buriatíes, habitual blanco del enfoque racista, e incluso decenas de deserciones. Las noticias falsas son más rápidas que las reales y cualquier rumor es suficiente para exigir más apoyo. “Obviamente, en tales circunstancias, nuestras relaciones con los socios necesitan desarrollarse más”. En otras palabras, Ucrania exige más armas.

Sin embargo, armas, financiación y adhesión a la OTAN no son las únicas exigencias militares de Ucrania. “Estados Unidos desplegó esta semana un avanzado sistema de defensa aérea y decenas de tropas para proteger a Israel de los misiles balísticos iraníes, pero no hay nada parecido a ese nivel de ayuda para Ucrania, a pesar de que se enfrenta a diario a ataques rusos con drones, misiles y bombas. En Kiev, esto se considera un doble rasero”, escribe Político en su apertura de un artículo en el que recoge la hipocresía de la que Ucrania acusa a Estados Unidos. “Si los aliados derribaron misiles juntos en el cielo de Oriente Medio, ¿por qué es que no se ha tomado la decisión de derribar drones y misiles sobre Ucrania?”, se ha preguntado insistentemente Zelensky en los últimos tiempos. El artículo recoge también el comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores de Ucrania tras la intervención de Estados Unidos, el Reino Unido y otros aliados en defensa de Israel. “Apelamos a los aliados de Ucrania a defender el espacio aéreo ucraniano de los ataques con drones y misiles rusos con la misma determinación y sin indecisiones, reconociendo que la vida humana es igualmente preciada en todas las partes del mundo”, afirmaba el mensaje de Ucrania, que en el que no ha mostrado especial interés por condenar los drones y bombas israelíes que han asesinado en un año más civiles que los de toda la guerra rusoucraniana. “La dura respuesta que puede que los ucranianos no quieran escuchar pero que, por desgracia, es cierta es que podemos arriesgarnos a derribar misiles iraníes sobre Israel sin causar una guerra directa con Teherán que derive en una guerra nuclear”, afirma Político citando a una fuente en el Senado estadounidense. A esa realidad hay que añadir el hecho de que Israel es considerado un aliado estratégico, mientras que Ucrania aspira a serlo en el futuro. Para ello trabaja el discurso ucraniano.

“El acrónimo CRINK se está extendiendo rápidamente en la comunidad de expertos. Se refiere a un «cártel estratégico agresivo» en el que Rusia, Irán y Corea del Norte están legalmente presentes”, escribió el jueves Mijailo Podolyak, inventando tanto la popularidad del acrónimo como su oficialidad. En ese grupo imaginario están presentes, “de facto  y de manera informal, algunos otros países con ricos recursos. Se perfila (el cártel) como una nueva amenaza global para Occidente, como lo fueron en el pasado los países del Eje y del Pacto de Varsovia. La guerra en Ucrania reveló la incapacidad militar e industrial de la Federación Rusa, obligando a sus cómplices a proporcionarle una ayuda sustancial. Esto movilizó a la alianza, que pasó de crear amenazas regionales (Europa del Este, Oriente Medio y el Pacífico) a atacar el orden mundial. Un ataque así, antes impensable, es ahora posible gracias al intercambio de tecnologías de misiles, aviones y submarinos dentro de CRINK”. Curiosamente, en la descripción de esa nueva versión del eje del mal de Bush mezclada con el de la Guerra Fría, Podolyak olvida mencionar la primera letra, la C de China, un país al que Ucrania no quiere alienar y que ingenuamente aspira a separar de Rusia, a día de hoy su aliado estratégico. “Por desgracia, tenemos inteligencia clara que muestra que China está activamente ayudando a Rusia a alargar esta guerra”, afirmó Zelensky del país que patrocina conjuntamente con Brasil una iniciativa para detener la guerra y proceder de forma inmediata a una negociación, precisamente el escenario que Ucrania quiere evitar y en el que se encontraría en una posición de debilidad que ni siquiera la presencia de sus aliados podría compensar. Por el momento, exigir armas a sus aliados y presentarse como el punto central sobre el que giran las relaciones internacionales y en el que puede detenerse la deriva mundial hacia el conflicto -o hacia la pérdida de hegemonía occidental- sigue siendo más provechoso para Kiev, que se aferra a la definición que Ben Hodges ha hecho del conflicto. La guerra de Ucrania “va de defender los conceptos de soberanía, libertad de navegación, derecho y acuerdos internacionales, aislar a Irán…y contener a China”.

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