“El nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Andriy Sibiha, utilizó reuniones privadas con sus homólogos occidentales en su primer viaje a Estados Unidos desde que consiguió el puesto para discutir potenciales soluciones de compromiso, afirmaron los diplomáticos, y mostró un tono más pragmático que el de su predecesor ante la posibilidad de unas negociaciones sobre la base de territorios por seguridad”, escribía la semana pasada un extenso artículo publicado por Financial Times que desgrana lo que considera que es un cambio de rumbo de las autoridades ucranianas para abrir la puerta a una negociación. Esta versión toma al pie de la letra el reciente discurso de acortar la guerra e invitar a Rusia a la segunda cumbre de paz como un cambio a favor de la diplomacia. De la misma manera se entiende la posibilidad de congelar el frente en su situación actual para proceder a una adhesión a la OTAN, cuyas garantías se extenderían únicamente a los territorios actualmente bajo control de Ucrania, que se comprometería a no tratar de recuperar por la fuerza aquellos actualmente bajo mando ruso.
Quienes defienden estas tesis pasan por alto que el jefe de la Oficina del Presidente ha rechazado explícitamente la posibilidad de paz por territorios y que la intención de Volodymyr Zelensky en cuanto a la presencia de Rusia en una cumbre de paz es que la participación de Moscú en ella se limite a aceptar los términos propuestos por Kiev. Así lo explican de forma escasamente velada Andriy Ermak y su lobista de cabecera, el exsecretario general de la OTAN Anders Fogh Rasmussen en un artículo publicado por Project Syndicate el pasado 17 de septiembre y titulado “Lograr la paz por medio de la fuerza”. El centro de ese texto es, efectivamente, el objetivo principal de Ucrania, la adhesión a la OTAN, aunque son parte integral del plan ucraniano la consecución de suficientes armas occidentales para poder dictar los términos de la resolución de la guerra. En referencia al plan de paz del presidente ucraniano, que recientemente se ha convertido en el Plan de Victoria añadiendo la lista de acciones que Ucrania exige de cada país para lograr los objetivos, Ermak y Rasmussen escriben que “este verano, [Zelensky] reunió en Suiza a representantes de más de 90 países para recabar apoyos a su fórmula de paz de diez puntos, que exige reforzar la seguridad nuclear y abordar las repercusiones medioambientales del conflicto, además de la retirada total de Rusia”. La exigencia de la recuperación de la integridad territorial de Ucrania seguía siendo explícita los días antes del viaje de la delegación ucraniana a Estados Unidos, por lo que es cuestionable que Sibiha, un hombre de Andriy Ermak, se mostrara más pragmático que su predecesor ante la posibilidad de conceder, incluso temporalmente, la pérdida de territorios.
Rompiendo con lo que está convirtiéndose en la teoría más aceptada -la posibilidad de una acceso inmediato a la OTAN siguiendo un híbrido entre el modelo alemán de concesión temporal de la pérdida de territorios y el noruego de renunciar a acoger en el territorio armas nucleares en tiempos de paz-, Mark Galeotti escribe en su último artículo para The Times unos planes mucho más coherentes con la postura de Ucrania desde que estalló el conflicto. El experto británico da por hecho que el próximo año se producirá una ofensiva ucraniana “a gran escala con el uso del nuevo equipamiento que Ucrania está recibiendo y las brigadas que está formando y para la que “también es probable que reciba permiso para utilizar armamento de largo alcance como misiles ATACMS estadounidenses y Storm Shadows británicos contra objetivos en territorio de la Federación Rusa”. Ucrania nunca ha escondido sus ambiciones ofensivas y su deseo de recuperar los territorios perdidos y esta versión es también lo que anunciaban a finales de 2023 medios como The Wall Street Journal, que presagiaban un año 2024 de acciones defensivas para recuperar el potencial ofensivo perdido en 2023 y poder realizar un nuevo intento de recuperar los territorios perdidos en 2025. La posición de Ucrania en el frente es sensiblemente peor actualmente que hace un año, cuando Zelensky se resistía aún a admitir el fracaso de la operación de Zaporozhie, con la que esperaba romper el frente y obligar a Rusia a negociar entre la espada y la pared. La ofensiva de Kursk, que no ha logrado ningún objetivo estratégico y la pérdida de los principales fortines de la primera línea de defensa de Donetsk no son un detalle sin importancia a la hora de planificar operaciones militares ni de volver a lanzarse a especular sobre el daño que Ucrania puede hacer a Rusia.
Galeotti parte de los lugares más comunes de esta guerra -la debilidad de la economía rusa, las dificultades de la industria militar para producir los niveles de material necesarios, la falta de personal debido a las complicaciones demográficas y el rechazo de la población a alistarse o simplemente el desgaste que provoca una guerra de desgaste que se alarga- para presentar un equilibrio de fuerzas que poco se corresponde con la realidad en el frente. Con más cantidad y potencia en las armas que hace un año y la intención de llevar la guerra a Rusia, Galeotti ve el momento de un nuevo intento de gran ofensiva ucraniana que, desde luego, es coherente con los deseos de Kiev. Sin embargo, esta visión peca de la misma ingenuidad que condenó la anterior gran operación terrestre al desastre: ignorar que los problemas enumerados son comunes a Ucrania, que depende además de la voluntad de sus aliados de seguir suministrando las enormes cantidades de armamento que Kiev sigue exigiendo. Como confirmaba Finnacial Times, el Plan de Victoria de Zelensky exige un aumento del suministro de armamento, una petición más compatible con la intención de escalar la guerra que con la posibilidad de alcanzar un compromiso.
En la misma línea se muestra una carta abierta firmada por centenares de políticos, expolíticos, profesionales de la comunicación, profesores universitarios o miembros del llamado tercer sector que se dirige abiertamente a Joe Biden en busca de más armas y permiso para atacar territorio de la Federación Rusa. “Comprendemos perfectamente que, como presidente del único país de la coalición occidental capaz de dar una respuesta creíble y persuasiva a la agresión de Moscú, haya tenido cuidado desde el comienzo de la guerra de evitar cualquier escenario que pudiera conducir a una escalada.
Dentro de unos meses se cumplirán tres años de la invasión rusa a gran escala de Ucrania. Ahora nos parece claro que, por razones tanto militares como políticas, este escenario, en el peor de los casos, ya no ofrece ninguna ventaja a los dirigentes de Moscú”, afirma la carta firmada, entre otros, por un exprimer ministro estonio, el fanático académico Alexander Motyl, el excomandante del ejército estadounidense en Europa Ben Hodges o la premio Nobel de la paz Oleksandra Matviichuk, que comenzó a exigir armas para luchar contra Rusia en el verano de 2024, es decir, cuando Ucrania era la parte agresora. La destrucción que se ha producido en Ucrania no es un elemento lo suficientemente importante para controlar la intensidad de la guerra, por lo que es preciso aumentar el flujo y la potencia del armamento de una guerra que ven como provechosa para Occidente.
Dando por hecha la derrota rusa y ocultando las tendencias autoritarias de Ucrania y que Zelensky se ha rodeado, por ejemplo, de la Tercera Brigada de Asalto, procedente de Azov y a su vez de Patriota de Ucrania y la Asamblea Social-Nacionalista de Ucrania, equivalente ucraniano de los siloviki rusos, los firmantes afirman que “en cuanto a la cuestión del futuro de Rusia tras su derrota en Ucrania, la actual estructura de poder deja poco lugar a dudas. La estructura vertical de poder de los «siloviki» («hombres fuertes») se reorganizará probablemente en torno a los componentes del sistema político-mafioso que comprendieron primero la necesidad de poner fin al experimento de Vladimir Putin para salvar lo que queda”. De la forma menos convincente posible -la presión de Occidente está uniendo en lugar de separando a Beijing y Moscú-, los autores continúan para presentar el escenario en el que sí conciben la escalada. “Creemos que sigue existiendo un riesgo importante de escalada, pero se ha trasladado a Asia. Al igual que Mao Zedong esperó a que el Kuomintang se agotara en su lucha contra las tropas japonesas antes de lanzar la Larga Marcha, Xi Jinping está esperando pacientemente a que el aparato militar ruso se derrumbe”.
“Desde este punto de vista, cualquier dilación occidental sólo puede retrasar la inevitable derrota de Rusia y reforzar simultáneamente los designios imperialistas de China, no sólo hacia Taiwán y Filipinas, sino también en el Lejano Oeste [sic] ruso, particularmente en los territorios de Manchuria Exterior, que Rusia se anexionó en el siglo XIX, el acceso clave al Mar de Japón”, añaden. En pocas palabras, la carta presenta una guerra que aparentemente poco tiene que ver con Ucrania o incluso con Rusia, cuyos territorios del este están en peligro de caer en manos de China, por lo que es preciso acelerar su derrota que, en cualquier caso llevará a que los siloviki reconstruyan lo que quede del Estado. Incoherente, mal escrita, con fallos fragrantes y en ocasiones rozando el absurdo, políticos, académicos y una premio Nobel de la paz exigen a Joe Biden exactamente lo mismo que le pide Zelensky: levantar las restricciones para atacar Rusia (quizá para salvarla de las garras chinas). Además, solicitan 300 tanques Abrams y 1000 vehículos Bradley, pese a que su resultado no fue especialmente bueno en la contraofensiva de Zaporozhie. Como guinda del pastel, exigen a Biden incluir en la OTAN a Japón, Filipinas, Corea, Australia “y cualquier otro país democrático que, como Argentina” muestre interés por adherirse y la creación de una estructura de la OTAN basada en las de la Guerra Fría que controle “las exportaciones de armas y uso dual de tecnologías a Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Bielorrusia y Azerbayán”, casualmente una causa que ha abrazado Ucrania con más agresividad en los últimos días. Aún más beligerante que Zelensky o que la política anti-rusa y anti-china de Estados Unidos, esta propuesta presenta una Guerra Fría, o quizá no tan fría, aún más dura que la primera. Pero antes, eso sí, es preciso apoyar a Ucrania para que obtenga su deseo de bombardear la Federación Rusa.
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