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Armas, Estados Unidos, OTAN, Reino Unido, Zelensky

La guerra de Boris Johnson

“Un joven amputado tenía una pregunta. Una vez más, nos encontrábamos en el centro de rehabilitación de Kiev y yo observaba el mismo tipo de heridas que vi el año pasado: miembros amputados, cicatrices craneales, manos y pies destrozados que ya no obedecen las órdenes de sus dueños. La diferencia era que la carnicería de Vladimir Putin se había cebado con un nuevo grupo de ucranianos, notablemente más jóvenes que las víctimas del año pasado, y entre los que ahora había una mujer. Una vez más, les estreché la mano (cuando fue posible) y los abracé, e hice todo lo posible por tranquilizarlos a todos, incluido el joven de la cama, que había perdido la pierna izquierda hasta la cadera”, escribe en su último artículo publicado por The Spectator el exprimer ministro británico Boris Johnson, una de las personas que más personalmente se ha implicado en esta guerra. Hace unas semanas, tras la toma de posesión del laborista Keir Starmer, un periodista británico preguntaba a Zelensky si echaba de menos a Boris Johnson, a lo que el presidente ucraniano respondía bromeando que “no me lo permite. Siempre está aquí”. Sobre el terreno o en la distancia, el expolítico británico se ha convertido en uno de los principales promotores de la línea dura de la Oficina del Presidente de Ucrania, papel con el que se hizo en la primavera de 2022 con su aparición estelar en Kiev.

Entonces, como ahora, Johnson utilizaba la destrucción y la muerte como argumento, no para buscar la forma de detener la guerra, sino para aumentar su intensidad. La visita del entonces primer ministro británico a la capital ucraniana no solo abrió la veda para que representantes políticos utilizaran los viajes a Kiev como herramienta electoral o de promoción personal, sino que dejó clara la voluntad occidental de continuar luchando. No ha de confundirse esa actitud con una forma de forzar a Ucrania, sino como la constatación de que Kiev iba a disponer del material para hacer lo que siempre quiso, continuar la guerra. Pronunciara o no la frase de “vamos a luchar” que se le adjudica, su promesa de suministro de armas se ha cumplido con creces a lo largo de estos dos años y su postura de apuesta por la guerra nunca ha cambiado. En diciembre de ese año, ya como exprimer ministro, Johnson afirmaba que era preciso empujar a las fuerzas rusas a la “frontera de facto del 24 de febrero” y añadía que “no hay forma de que Volodymyr Zelensky o el pueblo ucraniano puedan aceptar otro resultado, no después del salvajismo que han soportado. No hay ningún acuerdo de paz a cambio de tierras, aunque Putin lo ofreciera y aunque se pudiera confiar en él, que no es el caso”.

Como es natural, quienes favorecieron la continuación de la guerra cuando la vía diplomática seguía abierta y cuando se podía evitar, antes de que se produjera gran parte de la destrucción que ha causado esta guerra, abogan, como Zelensky por la vía de la escalada. “¿Cuándo nos vais a dejar usar los Storm Shadow?”, afirma Johnson que le preguntó el joven con la pierna amputada al que visitaba en un hospital de Ucrania. “Fui positivo en mi respuesta, o cautelosamente positivo, porque resulta que era el mismo día en el que la delegación británica había llegado a Washington. Si los informes de prensa eran precisos, posiblemente iba a ser el momento del avance cuando los americanos y los británicos iban a anunciar que los pobres ucranianos iban a poder defenderse a sí mismos debidamente contra las bombas guiadas rusas”, escribe Johnson, calificando de pobres ucranianos a quienes han disfrutado de apoyo económico y diplomático durante una década y que han recibido un flujo multimillonario de asistencia militar durante más de dos años. Pero la defensa no es completa si Ucrania no dispone de misiles occidentales con los que atacar a las fuerzas rusas.

“Íbamos a levantar conjuntamente nuestra reserva tecnológica y les permitiríamos utilizar las armas que ya poseían -Storm Shadow y Scalp-EG, su equivalente francés, y los sistemas ATACMS estadounidenses- de la forma en que se suponía que debían funcionar”, añade Johnson antes de mostrar su desesperación por la ausencia de tal anuncio, aparentemente a iniciativa de Estados Unidos, que aún no había visto el plan de victoria que ha preparado Zelensky y en el que han de enmarcarse los bombardeos que Ucrania pretende realizar con la munición occidental. Esa mínima precaución de Estados Unidos para aprobar bombardeos en el territorio de una potencia nuclear es excesiva para Boris Johnson, uno de los primeros políticos europeos en insistir en el suministro de misiles, no siempre desde la sabiduría. Hace más de un año, el político británico proponía suministrar misiles a Ucrania para que fueran utilizados para realizar la cobertura aérea de la ofensiva terrestre, tarea que debe realizar la aviación y para la que los misiles no están diseñados. Como Zelensky, Johnson ha elevado también la apuesta y no se trata ya del suministro de los misiles franceses y británicos que Kiev lleva meses utilizando y que no han cambiado la configuración del frente, sino misiles de largo alcance para atacar territorio de la Federación Rusa.

“Ahora que parece que las conversaciones entre Estados Unidos y el Reino Unido han fracasado, al menos por el momento, ¿qué demonios se supone que debemos decirles a los ucranianos? Los días pasan. La matanza continúa. ¿Qué les decimos a todos los que siguen sufriendo pérdidas y mutilaciones a manos de Putin?”, insiste ocultando que la matanza continúa porque hace más de dos años que se cerró la puerta a la diplomacia y falsamente equiparando el inicio de los bombardeos contra Rusia con el final de la guerra y no con el inicio de otra aún más peligrosa. “Por favor, podemos dejar de balbucear esta vieja y cansina tontería sobre la «escalada» y el supuesto miedo a provocar a Putin. Ese argumento se ha esgrimido en todas las etapas de los últimos tres años, y en todas las etapas ha sido refutado por los acontecimientos”, continúa Johnson sin que parezca importar que la escalada se traduce en más territorio perdido para Ucrania, destrucción de más ciudades y, sobre todo, de más infraestructuras. El bienestar de la población que dice defender solo parece importar a la hora de justificar la continuación de la guerra a pesar de unas perspectivas que son, a día de hoy, peores que hace un año cuando Johnson y otros representantes occidentales presentaban la contraofensiva de Zaporozhie como el momento que iba a suponer el punto de inflexión de la guerra.

La escalada que preocupa a Johnson no es la que suponga más bombardeos de localidades ucranianas, una certeza si Ucrania comienza a atacar objetivos en territorio ruso, sino lo que ocurriría si Ucrania perdiera la guerra. “Ucrania no va a perder”, afirma, “pero, si lo hiciera, tendríamos el riesgo de escalada en toda la periferia del antiguo imperio soviético, incluyendo la frontera con Polonia, cualquier lugar en el que Putin creyera que la agresión podría ser beneficiosa”. La derrota de Ucrania supondría, en este apocalíptico e irreal escenario un efecto dominó similar al que presagiaban los luchadores de la Guerra Fría cuando alertaban de qué ocurriría si Ho Chi Minh ganaba la guerra en Vietnam, si los comunistas de Indonesia no eran masacrados a machetazos, si Estados Unidos no invadía Cuba o financiaba a los escuadrones de la muerte en El Salvador o Nicaragua. “No solo sería una tragedia para un joven, valiente y bonito país, sería el colapso global de la credibilidad occidental”, sentencia Johnson. “Ante todo, una derrota de Ucrania sería -no nos andemos con rodeos- una derrota catastrófica para la OTAN, la explosión del aura de invencibilidad de la OTAN que ha contribuido a mantenernos -a los británicos- a salvo durante los últimos 80 años”, continúa, en la práctica, definiendo la guerra de Ucrania como existencial para el orden establecido.

La solución a esta guerra proxy que aparentemente marcará la credibilidad occidental es, como no puede ser de otra manera, más guerra. “Debemos abandonar cualquier idea de que los ucranianos harán un trato. No lo harán. No cambiarán tierra por paz. Han luchado durante demasiado tiempo, y han sufrido demasiado”, afirma sin ruborizarse ante el hecho de que él mismo ha hecho todo lo que ha estado en su mano para que la guerra continuara (no solo desde la primavera de 2022, sino también durante los años de Minsk). Tras media docena de párrafos en los que rechaza la idea de la “supuesta escalada”, plantea, con total ligereza, el escenario de la guerra total. “Tenemos que demostrar que vamos en serio, primero concediendo a los ucranianos el derecho a utilizar las armas que ya poseen. Es una locura (y una crueldad) insistir en que intenten protegerse de los bombardeos con una mano atada a la espalda. En segundo lugar, necesitamos producir un paquete de préstamos de la escala del Lend-Lease: 500.000 millones de dólares, como sugirió el ex secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo, o incluso un billón”, propone.

“En tercer lugar, y lo más importante de todo, tenemos que acabar con la ambigüedad que ha perseguido a Ucrania desde el final de la Guerra Fría, y dar una expresión institucional definitiva al destino que ha elegido el pueblo ucraniano”, explica después, siempre sin admitir que una parte de ese pueblo ucraniano se levantó, en muchos casos en armas, precisamente contra el camino euroatlántico que había elegio el gobierno golpista de Kiev sin molestarse en preguntar su opinión. “Tenemos que incorporar a Ucrania a la OTAN ya, y quiero decir ya”, exige presentando una de las causas de la guerra -tanto de la actual como de la que estalló en 2014- como solución.

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