El cuidadoso control de la imagen, tanto propia como de los actos realizados, ha sido siempre una de las bases de la creación del discurso del entorno de Volodymyr Zelensky, curtido en la comunicación y con gran habilidad para imponer su narrativa. La invasión rusa facilitó el trabajo y la transformación del presiente de paz en presidente de guerra fue rápida y generó grandes dosis de solidaridad internacional que se tradujeron en un apoyo prácticamente incondicional a Ucrania que, en muchos casos, no ha desaparecido desde entonces. La imagen de joven tecnócrata ajeno a la política y que llegaba para cambiar las cosas ya había quedado atrás ante una presidencia que no difería en exceso de la de su predecesor. Tras el 24 de febrero, Zelensky se enfundó su vestimenta de color verde militar, sus jerséis negros de una marca con vínculos neonazis y se transformó en el presidente de guerra que sigue siendo hoy, incluso a pesar de que lleve varias semanas hablando de su plan “para terminar la guerra”.
“Una importante visita del Presidente a los Estados Unidos”, escribió ayer su mano derecha, Andriy Ermak que, con una imagen de Zelensky inspeccionando una fábrica de producción de armamento, añadía: “Pensilvania. La producción de munición de 155 mm. Ayudan a Ucrania a defender su libertad. Este es el momento en que las armas estadounidenses y ucranianas están destruyendo el terror autocrático ruso”. Pese a haber recuperado el discurso de la paz con el que llegó a la presidencia en 2019, el primer acto propagandístico del presidente ucraniano ha sido visitar una de las factorías de las que llegan los proyectiles con los que, por ejemplo, las Fuerzas Armadas de Ucrania han podido hasta ahora bombardear aleatoria e indiscriminadamente la ciudad de Donetsk. “Zelensky vista la planta de munición de Pensilvania para agradecer a los trabajadores y pedir más”, escribió AP sobre la visita. Allí, el presidente ucraniano firmó algunos de los proyectiles junto al gobernador del estado. Las intenciones están claras.
El segundo acto fue igualmente significativo. El presidente ucraniano recibió un Golden Plate Award, premio otorgado a las contribuciones al progreso humano. Como recogía ayer Euromaidan Press sin la más mínima ironía, “también han recibido el Golden Plate Award presidentes estadounidenses como Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan, George H.W. Bush, Bill Clinton y Barack Obama”. Zelensky se une así a una serie de figuras cuyos nombres no pueden disociarse -tampoco el de Jimmy Carter, con una reputación de paz, en cuyo mandato comenzó la asistencia militar a los muyahidines de Afganistán- de la guerra y la intervención abierta o encubierta en el extranjero. “El mundo de hoy no nos permite perder la batalla cuando la libertad está a un lado y todo lo que jamás desearíamos para nuestros hijos está en el otro”, afirmó Zelensky en su discurso. La guerra entre el bien y el mal no admite matices ni sentimientos de culpa por no haber utilizado la diplomacia para evitar el escenario actual o por haber elegido la guerra en el momento en el que aún era posible la diplomacia.
En esa espiral bélica en la que la única línea roja sigue siendo la negociación directa en busca de una salida al conflicto o incluso un alto el fuego que permita a Ucrania y sus socios mitigar los daños que han sufrido las infraestructuras para reducir el sufrimiento que espera a la población civil este invierno, solo importa imponer el plan de paz elaborado por la Oficina del Presidente. En esa labor, la imagen, el discurso, las relaciones públicas y la capacidad de ejercer como un grupo de presión confiado en sus posibilidades son más importantes que la realidad sobre el terreno, las dificultades que Ucrania está encontrándose en Ugledar, prácticamente sitiado y a punto de caer en manos rusas, o en Kurajovo, cuya pérdida haría que el frente se alejara lo suficiente de Donetsk para que las tropas de Kiev no pudieran utilizar su artillería contra la población civil, o que la aventura de Kursk no esté consiguiendo ralentizar los avances rusos en Donbass. “Zelensky sigue siendo la persona que hemos llegado a conocer a través de las pantallas de televisión y las redes sociales: un comunicador apasionado, seguro de sí mismo e implacable hasta la obstinación, un artista convertido en estadista que ha hecho de la fuerza de su personalidad un arma en una forma de guerra totalmente moderna”, escribe esta semana The New Yorker en un artículo publicado horas antes de la llegada del presidente ucraniano a Estados Unidos. Pero incluso la prensa que escribe desde un tono claramente enaltecedor es consciente de que “está abundantemente claro que la guerra, ahora en su tercer año, no puede ganarse solo con los talentos de Zelensky”. El presidente ucraniano “ha suplicado más ayuda militar occidental, que sin duda ayudaría, pero que no puede solucionar los demás problemas de Ucrania: la incapacidad de movilizar y entrenar a suficientes nuevos soldados y la lucha por mantener una comunicación y coordinación efectiva en el frente”, escribe el medio describiendo problemas de personal y de táctica que ni los misiles occidentales ni el plan de paz de Zelensky pueden resolver.
En su visita, Zelensky no solo busca conseguir una declaración de permiso para utilizar misiles occidentales contra objetivos en territorio de la Rusia continental y un aún mayor flujo de armamento y munición para la guerra y más allá del conflicto, sino que busca un posicionamiento geopolítico que garantice que Ucrania mantendrá el apoyo de Estados Unidos acabe cuando acabe la guerra e independientemente de quién sea presidente. De ahí que el presidente ucraniano afirmara que su plan depende personalmente de Joe Biden, a quien le presume unos poderes prácticamente absolutos, y que medios como Bloomberg afirmen que Zelensky busca “unas garantías a prueba de Trump”.
Ucrania busca con ello protegerse de una resolución de la guerra que no le sea completamente favorable. Para ello, Zelensky apela de forma constante a la idea de la paz justa como sinónimo de victoria. “Cuando me preguntan: «¿Cómo defines la victoria?», mi respuesta es totalmente sincera. No ha habido ningún cambio en mi mentalidad. Eso es porque la victoria tiene que ver con la justicia. Una victoria justa es aquella cuyo resultado satisface a todos: a los que respetan el derecho internacional, a los que viven en Ucrania, los que perdieron a sus seres queridos y familiares. Para ellos el precio es alto. Para ellos nunca habrá excusa para lo que han hecho Putin y su Ejército”, afirma Zelensky en su entrevista con The New Yorker, siempre sin matizar que en ese “todos” y en esa “justicia” no están incluidos ni los derechos, ni las opiniones de la población al otro lado del frente. Para ellos y ellas el precio de estos diez años de guerra también es alto y nunca habrá excusa para lo que han hecho Turchinov, Poroshenko, Zelensky y sus Fuerzas Armadas.
La realidad no existe, solo importan los intereses y los de Zelensky pasan por convencer a Joe Biden de que su plan ha de ser aprobado y puesto en marcha rápidamente para impedir que una posible victoria de Donald Trump pudiera condenar a Ucrania a una negociación, que no se produciría en posición de fuerza, única circunstancia en la que Kiev está dispuesta a dialogar con Rusia. Ese es el motivo de la insistencia en que este otoño-invierno ha de ser decisivo y que el destino de la guerra se juega en estos meses. Pero en ese escenario se presenta una posibilidad que la oposición -si es que puede llamarse así al partido de Petro Poroshenko- ya ha planteado: que Biden no quiera o no pueda prometer lo que Ucrania le exige. Entre el triunfalismo y la creciente exigencia, Zelensky se ve obligado a dejar la puerta abierta a la decepción. “Si no lo apoya”, afirmó en referencia a su plan de victoria, “no puedo obligarle”. Aun así, Zelensky lo intenta y, aunque no ha ocurrido todavía, aplica ya un cierto chantaje emocional desde las páginas de The New Yorker al insistir en que supondría que “Biden no quiere terminar la guerra de tal manera que se niegue una victoria a Rusia. Y estaría ante una guerra muy larga, una situación imposible, agotadora que asesinaría a una enorme cantidad de personas”. En ese caso, “tendremos que seguir viviendo en el plan B”, que la guerra siga como hasta ahora, “y eso es desafortunado”. No hay otra opción sobre la mesa que más guerra.
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