“Volodymyr Zelensky presionará al presidente estadounidense Joe Biden para que ofrezca una invitación oficial para unirse a la OTAN y para que se comprometa a un suministro sostenido de armamento avanzado como parte del plan de victoria del presiente ucraniano para concluir la guerra con Rusia. Se espera que Zelensky presente el plan, que también exige una vía clara a la adhesión a la Unión Europea, así como otras medidas económicas y de seguridad, a Biden cuando se reúnan el 26 de septiembre”, escribía este fin de semana Bloomberg. Como ha explicado el presidente ucraniano, que el plan se cumpla y logre sus objetivos depende “personalmente” de Joe Biden, un planteamiento curioso teniendo en cuenta que el presidente estadounidense no puede aprobar por su cuenta, sin apoyo del poder legislativo, paquetes adicionales de armamento como los que Ucrania espera y que, en teoría, no forma parte de la Unión Europea para poder elegir cómo y cuándo deben acceder nuevos miembros. Con cada detalle que se publica, queda confirmado el planteamiento esperado: Ucrania pretende conseguir que los países occidentales, especialmente Estados Unidos, se comprometan con algo más que palabras y promesas de futuro a continuar presionando militar, política y económicamente a Rusia hasta que Ucrania pueda imponer sus condiciones para finalizar la guerra sin realizar ninguna concesión política, militar o territorial.
Los datos conocidos son suficientes para llegar a la conclusión de que Zelensky exige armamento y financiación para continuar la guerra hasta la victoria final y toda una serie de condiciones para la fase posterior, fundamentalmente la incorporación a las estructuras políticas y militares occidentales, inversión para garantizar que el país no deba hacerse cargo de los costes de la reconstrucción y un flujo de material militar que consolide el país como una base militar creada por y para Occidente en su labor de contención del enemigo ruso. A corto plazo, el plan del presidente ucraniano es equivalente a lo que fuentes israelíes filtraron ayer a la prensa sobre sus ataques contra Hezbollah y bombardeos en el Líbano: Israel no busca la guerra, sino que pretende imponer la “desescalada a través de la escalada”. El punto de vista ucraniano no es exactamente el mismo, ya que con sus recursos propios no es capaz de ejercer sobre Rusia la violencia que sí puede ejercer Israel, pero parte del mismo planteamiento: Occidente debe suministrar los misiles con los que bombardear territorio de la Rusia continental, pero no para que se produzca una guerra directa entre grandes potencias, sino para logar acelerar la paz.
Más allá de los evidentes riesgos que implica la voluntad ucraniana de utilizar cazas F16 y misiles ATACMS, Storm Shadow y Taurus -que el canciller alemán ha vuelto a insistir en que, pese a las presiones que está sufriendo, no está dispuesto a enviar a Ucrania misiles con capacidad de alcanzar Moscú, precisamente el motivo por el que Kiev desea ese material-, algunos expertos se plantean las posibilidades de éxito de la idea de Volodymyr Zelensky. “Pérdida de territorio o guerra eterna”, explica en su artículo de este domingo en The Times Mark Galeotti, que plantea la posibilidad de que Kiev y sus aliados occidentales tengan diferentes definiciones de qué es la victoria, algo evidente en el caso del Reino Unido y Estados Unidos, que buscan desgastar al principal al principal aliado de su oponente real, China, y debilitar a Rusia en un lugar que consideran clave, el mar Negro. “No está claro que los aliados de Ucrania crean que el enemigo puede realmente ser expulsado”, explica Galeotti en su artículo al referirse a uno de los puntos principales del plan de Zelensky, el aspecto territorial. El artículo plantea dos escenarios posibles para Ucrania en las condiciones actuales: el compromiso territorial, dejando, al menos temporalmente, en manos de Rusia los territorios bajo su control o una guerra eterna de desgaste que pueda pasar por fases de disminución de la intensidad o procesos de alto el fuego, pero que no llegue a un tratado con el que finalizar la fase militar. En otras palabras, la repetición del escenario de Minsk, un precedente que ni Galeotti ni otros expertos tienen en cuenta, fundamentalmente porque Ucrania saldría mal parada, pero que explica tanto el método, -exigir todo tipo de medidas a sus socios para que sean ellos quienes fuercen la capitulación rusa y dilatar el proceso hasta conseguir todo lo que pide-, como en los objetivos, no realizar ninguna concesión política.
Si ese escenario era poco realista en los años de los acuerdos de Minsk, cuando únicamente se exigía a Rusia que abandonara a su suerte a la población de Donetsk y Lugansk, que habrían quedado a merced de la voluntad ucraniana de no conceder ningún derecho político y aplicar un castigo colectivo a la población desleal, las posibilidades de que Ucrania logre lo que busca pasan por una derrota militar completa en la que no creen siquiera los aliados más firmes de Kiev. “Mientras algunos países como Polonia y el Reino Unido siguen firmemente comprometidos con el apoyo a Ucrania, existe un creciente sentimiento en otros de que puede que sea el momento de terminar la guerra, incluso aunque suponga crear una paz fea”, escribe Galeotti. Para desarrollar esta idea, el autor cita a dos de sus fuentes, un “halcón polaco” que recuerda que las fronteras de Ucrania siempre se han movido y que la labor ahora es hacer que “se muevan lo menos posible en el futuro”, y un diplomático alemán que afirma que no cree que “no sé si esto llevará a la victoria sobre los rusos, pero lo más probable es que el plan esté dirigido a obligarnos a mantenernos en línea”. La guerra se alarga y el Gobierno ucraniano no está dispuesto a cejar en su empeño de lograr imponer sobre su enemigo la paz del vencedor pese a no haber conseguido ganar la guerra, por lo que es necesario para Kiev garantizar un apoyo militar y económico a largo plazo, para evitar así que Ucrania vea escenas como las que se dieron hace tres años con la retirada estadounidense de Kabul.
Esta estrategia de objetivos imposibles perdura desde los años de los acuerdos de Minsk, en los que Ucrania precisaba del apoyo de sus aliados -de ahí su preferencia por el Formato Normandía, en el que contaba con la asistencia de Alemania y Francia- para obligar a Rusia a cumplir los compromisos adquiridos por Donetsk y Lugansk y realizar concesiones añadidas (como la entrega del control de la frontera como primer paso) a cambio de nada. Kiev, como abiertamente reconoce ahora, nunca tuvo intención de cumplir con su parte, por lo que simplemente ofrecía vagas promesas de cumplimiento parcial y a su estilo de solo algunos de los puntos del acuerdo. La apuesta es mucho más elevada ahora, ya que Zelensky pretende forzar la rendición de un país que cuenta con una industria militar propia capaz de seguir suministrando el material necesario para la guerra, que dispone actualmente de la iniciativa en el frente y que ocupa prácticamente el 20% del territorio de quien le exige que se rinda.
El escenario parece tan poco realista que una parte de la oposición ucraniana, es decir, del entorno de Poroshenko, comienza a verla como la vía al plan B que Zelensky niega que exista. Es el caso de Yuri Lutsenko, fiscal general de Ucrania en tiempos de Poroshenko y que actualmente se encuentra alistado en el ejército. En su opinión, la actuación del presidente ucraniano responde a la idea de presentar una serie de exigencias de armamento y financiación que careen de realismo para posteriormente alegar que es Occidente quien ha abandonado a Ucrania, condenándola al compromiso. Eso llevaría a volver a la propuesta de Vladimir Putin, basada en las negociaciones de Estambul, que sería, según Lutsenko, consultada en un referéndum. La posibilidad de trasladar a la población la decisión sobre la cuestión territorial ha sido un argumento recurrente en la última década, pero nunca ha pasado de ser un rumor mediático o una idea sin recorrido. Lo curioso de la especulación del exfiscal es que el último punto sería acordar el alto el fuego y que Zelensky fuera reelegido como “presidente de paz”. Es decir, Lutsenko está dando por hecho que la población aprobaría la pérdida de territorios a cambio de la paz.
Todo indica que la opinión de Lutsenko no es sino el intento de ejercer algún tipo de oposición, pero que el temor carece de realidad. El objetivo de Zelensky es garantizar que Ucrania pueda seguir luchando hasta conseguir sus objetivos incluso aunque suponga el riesgo de una guerra aún mayor. En su artículo, Galeotti recurre a otro de los mitos de esta guerra, la presión nacionalista, para defender que es imposible para Zelensky optar por la vía del compromiso. La amenaza de que los batallones nacionalistas dieran la vuelta a sus tanques y marcharan sobre Kiev ha aparecido periódicamente, en cada momento en el que el Gobierno ucraniano parecía dar algún paso hacia el cumplimiento de los acuerdos de Minsk. Ni la marcha nacionalista ni el cumplimiento de los acuerdos de paz iban a darse jamás, por lo que no es un argumento especialmente útil en estos momentos. Al margen de esas posibles amenazas, que no es preciso exagerar aunque existan, la realidad es que Zelensky ha hecho del conflicto la forma con la que conseguir reformarlo en clave de nacionalismo, ultraliberalismo y remilitarización. Después de dos años y medio de prometer la victoria y de hacer de la guerra la razón de ser del Estado, entre el compromiso y la guerra eterna, siempre va a elegir la segunda. Para eso y no para regresar a las negociaciones de Estambul es para lo que busca armamento con el que atacar Rusia y anuncia que conversa con sus aliados para que financien un programa de construcción masiva de misiles en Ucrania.
Comentarios
Aún no hay comentarios.