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Plan B

“No hay plan B porque ya estamos en él”, afirmó ayer Volodymyr Zelensky en la rueda de prensa junto a Úrsula von der Leyen. La presidenta de la Comisión Europea realizaba su octava visita a Kiev para tratar temas que pueden concretarse de forma remota, pero que requieren de ciertas ceremonias para obtener su valor propagandístico. La Unión Europea quería anunciar que contribuirá con 35.000 millones de euros al fondo de crédito con el que el G7 quiere apoyar la reconstrucción de Ucrania, con especial énfasis en la reparación de las infraestructuras para mitigar los daños que han sufrido las de producción eléctrica. Bruselas ha apoyado firmemente a Ucrania, que priorizó la aventura de Kursk a pesar de ser consciente de que esa ofensiva iba a hacer imposible para Rusia continuar con las negociaciones indirectas con las que los países mediadores esperaban lograr un alto el fuego parcial que afectara, por lo menos a las centrales de producción energética. En la práctica, la postura de la Unión Europea y Ucrania es que es mejor el plan B de reparar que el plan A de prevenir.

Lo mismo puede decirse de la estrategia geopolítica de Kiev a la que se refería Zelensky con su mención a las intenciones de Ucrania y la especulación sobre el documento que va a presentar a Joe Biden, Kamala Harris y posiblemente Donald Trump la próxima semana en su visita a Estados Unidos para participar en la Asamblea General de Naciones Unidas. Según Volodymyr Zelensky, no puede haber una alternativa al planteamiento del Gobierno ucraniano, ya que la situación actual es el plan B tras no lograr el original: “evitar la invasión”. Como ocurre ahora con los daños que están sufriendo infraestructuras que podían haber sido protegidas por la vía de la diplomacia, Ucrania priorizó otros objetivos estratégicos en lugar de utilizar la diplomacia para lograr poner en marcha el que ahora dice que era el plan A. Evitar la intervención militar rusa en 2022 pasaba por dos aspectos clave: el cumplimiento de los acuerdos de Minsk para cerrar el conflicto de Donbass y aceptar la neutralidad para que el territorio no fuera utilizado como trampolín de amenaza militar a Rusia con la expansión de las fronteras de la OTAN hasta Rusia. En ambos casos, incluso horas antes de que los tanques, misiles y buques violaran las fronteras ucranianas por tierra, mar y aire, Kiev prefirió siempre el riesgo de una guerra más amplia al compromiso.

El ejemplo es especialmente flagrante en el caso de los acuerdos de Minsk, que no implicaban pérdida de territorio, sino la recuperación de todo el Donbass a cambio de concesiones políticas en forma de derechos lingüísticos y culturales y una mínima autonomía política y económica que, de ninguna manera, podía equipararse, por ejemplo, a la que disponen el País Vasco o Cataluña en España o, por supuesto, el Kurdistán iraquí. La postura ucraniana se mantuvo firme incluso en las horas previas a la invasión, cuando una última llamada de Olaf Scholz para tratar de convencer a Zelensky de comprometerse a la vía de Minsk obtuvo la misma respuesta que los siete años de negociaciones: el rechazo ucraniano a toda concesión. El régimen post-Maidan, cuyo objetivo era imponer un Estado centralizado en el que las diferencias regionales quedaran supeditadas a la aceptación del discurso nacionalista como discurso nacional, no podía permitirse otorgar derechos políticos a una región, motivo principal por el que Minsk siempre fue inviable y, como admite ahora, Ucrania nunca tuvo intención de cumplir con sus compromisos.

El caso de la renuncia a la OTAN o la negociación con Estados Unidos para pactar la no expansión de la alianza militar hacia el este, una forma de acorralar a un enemigo histórico que nunca ha amenazado a los países miembros, circuló por un camino similar. El objetivo del Estado ucraniano fue, desde 2014, el acceso a la Unión Europea y la OTAN, una dupla que siempre vio como única y a la que en ningún caso iba a renunciar. La invitación de Zelensky al Reino Unido a instalar bases militares en Ucrania, un gesto de provocación gratuita a Rusia, en un momento en el que la tensión militar ya era evidente es una muestra más de que el plan A del presidente ucraniano era mantener sus exigencias incluso a costa de aumentar el peligro de que la guerra, entonces limitada a Donbass, se extendiera a todo el país.

Fracasado el supuesto plan A de evitar la invasión rusa, pese a que el intento se pueda resumir en rechazo a negociar los acuerdos de Minsk y la expansión de la OTAN, Ucrania ha trabajado para imponer un discurso en el que equipara la guerra actual a la de los ocho años anteriores a 2022 para consolidar la idea de la inocente Ucrania frente a la malvada Rusia. Su éxito se plasma en posts como el que ayer escribió Úrsula von der Leyen, que recordó que lo primero que hace “en Kiev es rendir homenaje a los defensores de Ucrania caídos en estos más de 10 años. Son los héroes que han hecho el máximo sacrificio por la seguridad de nuestro continente en su conjunto. Llevaremos su recuerdo en nuestros corazones y mentes”. De esta forma, von der Leyen otorga el rango de luchadores por la seguridad de Europa a quienes en el verano de 2014 acudieron a Donbass a acabar por la vía militar con un problema político, atacaron un parque de Gorlovka a plena luz de domingo o bombardearon, condenando a una docena de personas a morir desangradas en la calle, el edificio de la administración regional de Lugansk.

Comprender esa actuación es clave a la hora de analizar el actual discurso ucraniano sobre sus intenciones para lograr la paz justa, la victoria y terminar la guerra, algo que, según Zelensky, podría lograrse incluso este mismo mes de noviembre. Los detalles sobre el plan B que Zelensky tiene tantas ganas de presentar a Biden son escasos, aunque sus declaraciones bastan para saber que se trata de una lista de pasos exigidos a sus socios para que Ucrania pueda conseguir su objetivo: conseguir la rendición de Rusia, recuperar su integridad territorial según sus fronteras de 1991 sin necesidad de pedir su opinión a la población que hace una década reaccionó al golpe de Estado buscando protección en Moscú, apoyo para una militarización del país que perdure más allá de la paz justa y adhesión privilegiada a la Unión Europea y, sobre todo, a la OTAN.

“Para promover la paz, los aliados de Ucrania deben hacer comprender a Putin que no puede dictar los términos de cómo terminará la guerra. Para ello pueden conseguir el apoyo mundial a un acuerdo de paz basado en los principios fundamentales del derecho internacional, reforzar la posición de Ucrania en el campo de batalla, proporcionar garantías de seguridad a largo plazo y trazar un camino claro hacia la adhesión a la OTAN”, escriben esta semana Andriy Ermak, mano derecha de Zelensky y Anders Fogh Rasmussen, exsecretario general de la OTAN y ahora lobista de la Oficina del Presidente de Ucrania en un artículo en el que defienden lograr “la paz por medio de la fuerza”. El planteamiento pasa, por supuesto, por la entrega de una mayor cantidad de armamento y el levantamiento de todos los vetos de uso de munición y material en territorio de la Federación Rusa, para evitar que “Ucrania tenga que luchar con una mano atada a la espalda”.

El discurso ucraniano, cercano al pensamiento mágico, de hacer ver que la forma de acortar la guerra es precisamente empeorar al máximo la situación para Rusia, con la esperanza de que Moscú vaya a reaccionar rindiéndose en lugar de respondiendo a una agresión, es la base de lo que Zelensky planteará la semana que viene a Biden. Como país con capacidad de imponer sus decisiones sobre todo un poderoso bloque y como principal productor y proveedor de armas, Estados Unidos es el país clave. Esta semana, el Parlamento Europeo, aunque dividido ante la cuestión, ha aprobado una resolución que apela a levantar “las actuales restricciones que impiden a Ucrania utilizar sistemas de armas occidentales contra objetivos militares legítimos en Rusia”. “Tomo nota de esta resolución. El Consejo continuará trabajando sobre el tema”, escribió ayer Josep Borrell en una declaración que anticipa la futura carrera como lobista que actualmente ejerce desde las instituciones. No es a la Unión Europea a quien Zelensky tiene que convencer sino a Estados Unidos. “Las decisiones con respecto al plan dependen principalmente de él”, afirmó el presidente ucraniano en relación a su homólogo estadounidense. “Espero realmente que apoye este plan”, insistió añadiendo que “está diseñado para las decisiones que tendrán que producirse entre octubre y diciembre”. La lista de deseos ya está escrita y pasa por acortar la guerra a base de una escalada en la que los misiles y los ataques contra Rusia tengan un protagonismo central. Es de esperar que esos ataques sean aprobados a pesar de que incluso el Pentágono es consciente de que las ilusiones de Zelensky son una fantasía.

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