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Armas, Economía, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Rusia, Ucrania, Unión Europea, Zelensky

Descenso del compromiso

Pese a la comparecencia de Joe Biden para suplicar al Partido Republicano que apruebe la financiación que su ejecutivo ha solicitado al Congreso, ni uno solo de sus representantes favorecieron la medida, por lo que la financiación para Ucrania e Israel continúa bloqueada. El Partido Demócrata cuenta con una mayoría de 51, pero precisa del voto afirmativo de nueve Republicanos para alcanzar los 60 votos que precisa la medida. En año electoral y con la capacidad de dilatar el proceso para utilizarlo en su propio beneficio, las dificultades se remontan a meses atrás y comienzan a ser una preocupación importante tanto para Kiev como para Washington y Bruselas. No se trata únicamente de la posibilidad de la pérdida de la asistencia estadounidense, que es de esperar que, pese a los retrasos y oportunistas exigencias políticas republicanas, sea finalmente aprobada, sino de cubrir las carencias en el tiempo que la aportación estadounidense se demore.

El seguimiento que realiza el Kiel Institute for the World Economy de la asistencia militar, financiera y humanitaria a Ucrania por parte de los diferentes países muestra que Kiev depende de dos grandes donantes: los países de habla inglesa, es decir, Estados Unidos y el Reino Unido, y el bloque compuesto por los 27 países miembros de la Unión Europea. Como muestran los datos y como se jactó también Bruselas, en julio de 2023, la UE superó a Estados Unidos como principal donante. La diferencia fundamental entre los compromisos estadounidenses y los europeos radica en que, mientras los segundos está previstos a largo plazo (multianuales según el tracking), la totalidad de las promesas estadounidenses lo son a corto. La ausencia o disminución radical de nuevas promesas estadounidenses supone así una situación crítica para Kiev y un problema añadido para Bruselas, que ha de compensar esa pérdida pagando los platos rotos de Washington.

Los datos proporcionados ayer por el Kiel Institute muestran claramente la tendencia que se ha producido en el último año. “Las dinámicas de apoyo a Ucrania han descendido”, afirma el comunicado de la presentación de los últimos análisis, que continúa explicando que “la nueva ayuda comprometida ha alcanzado su nivel más bajo entre agosto y octubre de 2023, una caída de prácticamente el 90% en comparación con el mismo periodo de 2022”. El gráfico presentado no deja lugar a dudas.

La cobertura mediática de los datos, y también el comunicado original del Kiel Institute se centran en la incertidumbre que para Kiev supone el descenso de los nuevos compromisos, que han supuesto que Ucrania dependa fundamentalmente de cuatro donantes: Estados Unidos, Alemania, los países nórdicos y los países del este de Europa. Esa lista ofrece escasas sorpresas. Como principal potencia militar y militar-industrial, es evidente que es Estados Unidos quien ha marcado el camino de las entregas de armamento y munición a Ucrania. Pese a sus reticencias iniciales y la presión mediática, política y diplomática a la que fue sometido Olaf Scholz en los primeros meses del esfuerzo bélico occidental, Alemania decidió a principios de 2023 elevar la apuesta por la guerra y, desde que se confirmara el envío de tanques Leopard, ha sido uno de los países que con más dureza ha defendido la vía militar como única salida posible al conflicto. El tándem Pistorius-Baerbock en Defensa y Exteriores respectivamente han dado a Berlín la centralidad militar que económica y políticamente ha perdido en la Unión Europea. Tampoco el papel de los países nórdicos, que, como Suecia y Finlandia, tratan de mostrar su deseo de participar en la OTAN aumentando su aportación a la guerra común, es sorprendente. Menos aún lo es la importancia de los países del este de Europa, antiguos miembros del Pacto de Varsovia, que han aportado a Ucrania su material de origen soviético o ruso, generalmente a cambio de promesas de que será repuesto en forma de equipamiento de la OTAN.

Esos cuatro actores, que se han convertido en clave en la actual situación por su coyuntura específica, cuentan también con diferentes limitaciones. En el caso de Estados Unidos, su potencia industrial permitiría proveer a Ucrania del material solicitado por Kiev, aunque el presidente Joe Biden carece de los votos necesarios para aprobar las partidas de los fondos que exige. De ahí que haya pasado en seis meses de afirmar que “Putin ya ha perdido la guerra” a apelar al argumento más emocional para clamar que “no podemos permitir que gane Putin”.

En el caso de Alemania, pese a haber anunciado que duplicará su asistencia, la postura de Berlín tampoco es lo clara que Kiev desearía. En una entrevista en directo, Boris Pistorius, ministro de Defensa, afirmó que “estamos haciendo lo que podemos. Lo mismo se puede decir de los demás socios y aliados. Pero Alemania no es aliada de Ucrania y, por lo tanto, no es parte de ninguna alianza”. La sombra de la posibilidad de quedar abandonada a su suerte por los países que considera sus aliados ha comenzado a aparecer en Ucrania y este tipo de declaraciones no contribuyen a aumentar la credibilidad de Zelensky, Ermak o Umerov, que continúan intentando mantener el discurso de que todo va según el plan.

El papel de los países nórdicos y del este de Europa, que ha sido relevante mientras la aportación de otros de sus aliados ha descendido, cuenta también con un límite claro: la potencia industrial en el primer caso y la desaparición del stock soviético, enviado ya a la guerra, en el caso de los países vecinos de Ucrania. El peso que la asistencia militar de los miembros del antiguo Pacto de Varsovia es, además, un recordatorio de cómo Kiev y sus socios han preparado la ofensiva de 2023. Pese a que Ucrania ha exigido siempre material occidental y es ese equipamiento el que ha obtenido gran parte del protagonismo mediático, una parte importante del material recibido por Kiev ha sido precisamente el de origen ruso o soviético, más compatible con su doctrina y sin requerimiento de instrucción específica. De ahí que países como Eslovaquia hayan hecho lo que Ucrania aún no ha conseguido que haga Estados Unidos: enviar aviación.

Los datos publicados ayer tienen también tres aspectos de interés que están siendo ignorados por la práctica totalidad de la prensa. En primer lugar, se está pasando por alto el factor de las expectativas a la hora de analizar los datos. El descenso en los nuevos compromisos militares por parte de países como Estados Unidos coincide con el lanzamiento de la contraofensiva ucraniana que, tras varios retrasos, se inició la primera semana de junio. En aquel momento, el Secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, afirmó que Ucrania disponía ya de todo lo necesario para derrotar a Rusia. La falta de realismo en el plan, que, como admiten ahora medios como The Washington Post, fracasó en las primeras 24 horas, unida al factor electoral, que hace de los Republicanos una oposición más dura, han supuesto que la falta de nueva asistencia estadounidense suponga una grave preocupación para Kiev y Bruselas.

Los datos de compromiso de asistencia sugieren que Ucrania requiere de aproximadamente de 20.000 millones de euros mensuales para mantener su esfuerzo bélico. Los picos de  compromisos de asistencia se produjeron en diciembre de 2022 y junio de 2023. En este último caso, se trata de asistencia multianual, es decir, a largo plazo suministrada por la Unión Europea, ya que cada compromiso estadounidense se produce a corto plazo. En ese momento, habían desaparecido ya los grandes anuncios estadounidenses de compromisos futuros. La consecuencia es el segundo de los factores que están siendo ignorados en el análisis de los datos: la falta de previsión de un fracaso de la contraofensiva ha hecho que Ucrania haya tenido que sobrevivir a base de la asistencia de la UE. El patrón de gasto indica que esos fondos comprometidos el pasado junio están, probablemente, agotados incluso antes de que todos ellos se encuentren en manos de Kiev, comprometiendo aún más la situación económica de Ucrania.

La suma de ambos factores lleva a un tercer aspecto: la incertidumbre sobre la demora de los fondos estadounidenses en un momento en el que Ucrania se encuentra a la defensiva frente a una Rusia que podría aumentar sus ataques en zonas relevantes del frente obliga a la Unión Europea a elevar su apuesta por la guerra. Pese al temor que existe en Kiev ante la posibilidad de presión por parte de sus aliados en busca de una negociación, la guerra sigue siendo, por el momento, el camino elegido también por Bruselas. Así ha de entenderse la insistencia de Emmanuel Macron en recibir al Viktor Orbán, el presidente húngaro tan repetidamente criticado por sus homólogos europeos, en una visita oficial en el Elíseo. El objetivo del presidente francés es claro: lograr la promesa de Orbán de no vetar el paquete de ayuda que la Unión Europea pretende aprobar para Ucrania, 50.000 millones de euros con los que compensar la caída de asistencia estadounidense. Con ello, la UE pretende ganar tiempo y dar a Kiev unos meses más de margen para lograr el resultado positivo que miles de millones y meses de preparación no han conseguido.

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