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Fases de la guerra informativa

Esta semana, Ucrania ha logrado finalmente un éxito con el que elevar la moral de su población y demostrar a quienes están financiando su esfuerzo bélico de forma tan generosa que Kiev ni siquiera ha tenido que renunciar a su política económica ultraliberal en favor del keynesianismo militar al que están recurriendo tanto los países de la Unión Europea como Rusia. El ataque que se produjo el lunes contra el puente de Kerch buscaba dificultar el suministro ruso de Crimea. El gobierno ucraniano y sus aliados insisten en que el puente es una vía clave para la logística militar de la agrupación rusa en el sur de Ucrania, obviando que es la vía de suministro más importante para la población civil. Ucrania alega que el puente de Crimea es una instalación militar y, por lo tanto, legítima en condiciones de guerra.

Es cierto también que representantes como Mijailo Podoliak han afirmado en el pasado que Ucrania tiene el derecho a atacar cualquier objetivo que considere oportuno en la península, por lo que la importancia del puente para la población civil a la que Ucrania impuso un bloqueo que incluyó el suministro de agua es simplemente irrelevante para un Gobierno que en los últimos nueve años ha demostrado preocuparse únicamente por el territorio y nunca por sus residentes. En cualquier caso, el argumento del uso militar del puente para hacer de él un objetivo legítimo puede fácilmente aplicarse a puertos como el de Odessa, infraestructuras desde las que Ucrania ataca, posiblemente con los drones que en este último año ha obtenido de sus socios de la OTAN, las posiciones rusas en Crimea. Las represalias rusas no se hicieron esperar y la noche del lunes al martes, drones y misiles rusos atacaron el puerto de la ciudad del sur de Ucrania. En un intento de mantener su tendencia a alegar haber derribado todos los drones y misiles rusos, Kiev tuvo ayer que retorcer ligeramente los hechos. Los daños eran excesivamente evidentes para negarlos completamente, por lo que se optó por argüir que habían sido causados, no por los misiles rusos, sino por “los restos de los misiles rusos”, un argumento difícilmente sostenible, pero que, aun así, ha sido publicado sin matices por la prensa occidental.

Este episodio no es el único en el que Ucrania se ha visto obligada a maniobrar y manipular los hechos para hacerlos encajar en el discurso. El inicio de la contraofensiva en los medios, muchos meses antes de la operación militar, estuvo lleno de declaraciones triunfalistas que daban por hecha una victoria decisiva con la que doblegar a Rusia y condenarla a unas negociaciones en las que Ucrania podría finalmente imponer sus términos. Era la fase Leopard de la ofensiva mediática de la batalla por el mar de Azov. La narrativa varió ligeramente a medida que se acercaba el momento de lanzar el esperado ataque -tanto que nunca hubo la más mínima duda de cuáles serían tanto su dirección principal como las secundarias o el objetivo final-, cuando la certeza de que Ucrania no disponía de todo el armamento necesario para realizar una ofensiva con garantías. Desde la clase política, con Boris Johnson a la cabeza, se alegaba entonces que los misiles podrían compensar la falta de aviación para realizar una cobertura aérea que ahora vuelve a comprobarse que es imprescindible. Consciente de ello, Kiev exigía algo que Occidente no estaba dispuesto a conceder. Se iniciaba la fase F-16 de la batalla. Esa era el arma que iba a solucionar todos los problemas, incluso aquellos que nada tienen que ver con la falta de aviación occidental. Es el caso del reto logístico que supone para Ucrania contar con un amplio abanico de equipamiento con necesidades en ocasiones radicalmente diferentes de mantenimiento y dificultad para integrar en su doctrina. Todos esos problemas eran evidentes desde que comenzara el goteo de anuncios de envío de equipamiento pesado por parte de los socios de Kiev, pero era, y sigue siendo, un tabú mencionarlo como carencia.

Sin terminar esta fase, ha comenzado ya la fase bombas de racimo, la normalización de una munición extremadamente dañina que utilizará un Estado que ya en el pasado las ha utilizado en el entorno urbano y contra la población civil. Esa munición es ahora la principal esperanza para infligir bajas en las filas rusas, un argumento que medios como The Washginton Post y The New York Times utilizan con total frialdad en referencia a unas armas prohibidas por una parte importante de los aliados de Washington. Todo ello para intentar evitar la realidad de que la batalla por el mar de Azov ha entrado realmente en la fase trincheras.

A juzgar por la cantidad de artículos en los que oficiales anónimos del Pentágono buscan argumentos para explicar por qué el ritmo de la ofensiva ucraniana avanza con lentitud, es evidente que el desarrollo de los acontecimientos no responde a los planes iniciales ni de Kiev ni de sus aliados. El tono de reproche es obvio. Y mientras algunos de ellos tratan de defender que Ucrania aún no ha utilizado sus reservas estratégicas -un argumento limitado teniendo en cuenta que tampoco Rusia lo ha hecho- y otros mantienen la esperanza de que la munición de racimo logre romper las defensas rusas, la mayoría simplemente intenta dejar claro que la lentitud de la ofensiva no se debe a las armas occidentales ni a su escasez. El aspecto comercial de seguir manteniendo que la superioridad del armamento occidental es clara con respecto al ruso es también algo obvio en varios de estos artículos que, pese su apariencia periodística, pueden leerse como un reclamo de ventas.

Otro argumento habitual es la cuestión de los ataques a la segunda línea de las tropas rusas, en el intento de destruir las líneas de suministro e infraestructuras rusas, algo que era de esperar ante del inicio de la ofensiva terrestre, pero que no se produjo y que ha resultado sorprendente para la presa estadounidense, acostumbrada a que ese sea el primer paso para Estados Unidos antes de lanzar una ofensiva. El hecho de que la operación militar haya sido planeada con sus socios occidentales hace aún más extraño que el inicio de la batalla se produjera con la introducción de grandes columnas de vehículos blindados que se dirigían, en campo abierto, directamente hacia los campos de minas sin la cobertura aérea necesaria y sin haber trabajado previamente sobre las defensas rusas. La justificación y la alegación de que eso es lo que Ucrania está haciendo ahora -algo cuestionable a juzgar por las informaciones disponibles y los resultados de esos ataques- se mezcla con críticas más o menos explícitas a la táctica ucraniana. Sin embargo, The New York Times ha resuelto ya la contradicción entre el enaltecimiento de las Fuerzas Armadas de Ucrania como gran ejército que, sin duda, logrará la victoria y el peligro de que la guerra entre en la fase de estancamiento. “En las últimas semanas, oficiales de alto cargo de Estados Unidos han expresado en privado su frustración de que algunos comandantes ucranianos, exasperados por el lento ritmo del asalto inicial y temiendo un aumento de las bajas entre sus filas, han vuelto a las andadas: décadas de entrenamiento de estilo soviético de bombardeos de artillería en lugar de ceñirse a las tácticas occidentales y presionar más fuerte para romper las defensas rusas”, ha escrito estos días recordando que cada éxito ucraniano es presentado como un logro de las armas y tácticas occidentales, mientras que todo fracaso puede explicarse simplemente apelando al pasado soviético.

“Nos gustaría obtener resultados muy rápido, pero en realidad es virtualmente imposible”, ha declarado el general Oleksandr Syrskyi, que lideró la defensa de Kiev y que ha sido ampliamente glorificado en el último año y medio. Su afirmación tiene en cuenta el coste que supondría para sus tropas continuar con la estrategia inicial, que sin duda causó fuertes pérdidas, y también el enemigo al que se enfrenta. Parece evidente que los socios de Ucrania le están pidiendo resultados a corto plazo, aunque tenga que ser a costa de aumentar el nivel de bajas. Sin embargo, ese no parece ser el principal problema de Ucrania, cuyas autoridades militares son conscientes del potencial ruso. En la misma entrevista concedida a la BBC, Syrskiy afirma también que Ucrania debe recuperar Bajmut. Kiev, que no ha llegado a anunciar oficialmente la pérdida de Artyomovsk, dice estar dispuesta a continuar una batalla que ha causado enormes bajas. El motivo no es otro que lo “simbólico” de la ciudad. Ucrania necesita un éxito militar y puede haber elegido Artyomovsk para lograrlo. En definitiva, no es ahí donde las tropas rusas llevan meses preparando la defensa.

El discurso actual de Syrskiy no solo contrasta con las exigencias de sus aliados sino con los planes que a bombo y platillo difundieron todo tipo de oficiales ucranianos en el inicio de la ofensiva mediática. Kiril Budanov, líder de la inteligencia militar de Ucrania y uno de los principales guerreros informativos, por ejemplo, afirmó que sus tropas llegarían a Crimea antes de que finalizara la primavera. La realidad choca frontalmente contra el discurso mediático de los últimos siete meses de la misma forma que las tropas ucranianas chocaron a principios de junio con los campos minados de la zona gris del frente de Zaporozhie.

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