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Agricultura, Armas, Rusia, Turquía, Ucrania

Sobre la renovación del acuerdo de exportación de grano ucraniano

Un año y medio después del inicio de la intervención militar rusa, el acuerdo para la exportación del grano ucraniano sigue siendo el principal éxito de la diplomacia entre Rusia y Ucrania, en este caso mediada por Turquía, un país cuya privilegiada posición geográfica y geopolítica ha convertido en el más capacitado para el puesto de intermediación, y por Naciones Unidas, que debía desbloquear también algunas exportaciones agrícolas rusas. La negociación se produjo en un momento en el que las relaciones políticas entre los dos países llevaban ya meses rotas, por lo que el proceso debió de realizarse de forma indirecta, con negociaciones y acuerdos de las partes mediadoras con Rusia y Ucrania por separado. Así se produjo también la firma del documento, en aquel momento calificado por el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, como un momento de esperanza, un pacto sobre el que construir el diálogo político en busca de la paz.

Ya entonces, la realidad chocaba con ese discurso injustificadamente optimista. Occidente había construido un discurso en el que preparaba el terreno para acusar a Rusia y al bloqueo marítimo a los puertos del mar Negro de cualquier empeoramiento de la seguridad alimentaria mundial, posible hambruna e incluso aumento de los flujos migratorios hacia la acaudalada Europa. Se resaltaba y se exageraba entonces el importante papel de las exportaciones ucranianas de grano en la situación mundial y se rescataba como argumento incluso a Yemen y la potencial hambruna que podía aparecer en el empobrecido país, dependiente del exterior para cubrir sus necesidades alimentarias. Se obviaba en ese argumento que el motivo por el que el grano no podía llegar al país no era el bloqueo ruso de Ucrania sino el saudí de Yemen. Sin embargo, pese a lo cuestionable de los argumentos, era evidente que Rusia no podía permitirse cargar con la imagen de estar provocando un empeoramiento del hambre en el mundo, especialmente en un momento en el que trataba de potenciar sus relaciones diplomáticas y económicas con los países ajenos al bloque occidental, en el que se encuentran gran parte de los países clientes del trigo ucraniano y ruso. El desbloqueo de las exportaciones era una necesidad para Ucrania en términos de generación de ingresos, pero también para Rusia en términos políticos.

La participación de Naciones Unidas debía, o al menos así lo vio siempre Moscú, desbloquear también las exportaciones agrícolas rusas, tan importantes para la seguridad alimentaria mundial como el grano ucraniano, ya que entre ellas se encuentra el grueso de las exportaciones mundiales de fertilizantes, productos clave para la producción de los diferentes países. En el año transcurrido entre la firma del acuerdo en dos ceremonias separadas -una para Rusia y otra para Ucrania-, la continuación del bloqueo de las exportaciones rusas ha sido la principal queja de Moscú. Rusia ha insistido también en negar que el grano ucraniano esté salvando al mundo de una hambruna. El argumento ruso no es que Occidente exagere la capacidad del grano ucraniano de alimentar “al mundo” sino que gran parte de esos cargamentos no están dirigidos a los países subdesarrollados o en desarrollo, sino a los de la Unión Europea. Las protestas de los productores de países como Rumanía o Polonia, acérrimos defensores de Ucrania y de ninguna manera propicios a dar la razón a Rusia, han confirmado a lo largo del último invierno que la queja de Moscú se sustenta sobre una base material.

A lo largo de los últimos meses, aunque insistiendo en sus quejas sobre la ausencia de mecanismos para cumplir con las promesas que Rusia entendió haber recibido de Naciones Unidas, Moscú ha aceptado en dos ocasiones la prórroga del acuerdo, cuya vigencia acaba nuevamente el próximo lunes. De ahí que a lo largo de las últimas semanas hayan vuelto a aparecer otra vez los mismos argumentos y los mismos reproches que hace unos meses. Rusia lamenta que el acuerdo haya desbloqueado únicamente las exportaciones ucranianas, una buena fuente de ingresos para las necesitadas arcas de Kiev, pero no las rusas: la falta de acceso de su principal banco agrícola al sistema de pago internacional SWIFT y las sanciones secundarias, que impiden que las aseguradoras trabajen con Rusia en el comercio incluso en el caso de cargas que no están sancionadas por Occidente, dificultan un proceso en el que ni Naciones Unidas ni los países occidentales parecen dispuestos a ceder. Y al bloqueo de la tubería Togliati-Odessa que antaño transportaba los fertilizantes rusos se une ahora la explosión provocada hace unas semanas por Ucrania. En ninguno de los casos -y el de los fertilizantes es especialmente importante-, Occidente ha recordado su supuesta preocupación por la seguridad alimentaria mundial. Teniendo en cuenta la caída de la producción que la guerra supone necesariamente para Ucrania, que ha perdido el control de partes de sus tierras agrícolas o ha situado el frente en ellas, la presencia del grano ruso en el mercado mundial es ahora mucho más importante que hace un año.

La fecha límite para la renovación del acuerdo se produce en un momento extraño en las relaciones entre Moscú y Ankara, apenas una semana después de que, sin consultar con Rusia, Turquía incumpliera un acuerdo a varias partes y entregara a Kiev a los altos mandos de las unidades ucranianas y de Azov capturados hace un año en Azovstal y que debían permanecer en el país hasta el final de la guerra. Apenas unas horas después, el presidente Erdoğan afirmaba que Ucrania “tiene derecho a entrar en la OTAN”, otra afirmación que ha molestado a Moscú, especialmente viniendo de uno de los pocos países que han probado ser capaces de mediar en el conflicto.

Ante la creciente incertidumbre sobre si Rusia aceptará esta vez la prórroga de un acuerdo que sigue sin cumplir con sus expectativas, el secretario general de Naciones Unidas se dirigió a Moscú con una serie de propuestas que, al menos inicialmente, no parecieron suficientes. Guterres proponía conectar a SWIFT a algún tipo de filial del banco agrícola ruso. De esa forma, Moscú podría, al menos teóricamente desbloquear sus exportaciones de grano y otros productos agrícolas y también de fertilizantes. Sin embargo, la ausencia de una filial como la propuesta o el tiempo que llevaría su creación parecieron no impresionar a las autoridades rusas, que a lo largo de la última semana habían dado muestras de estar dispuestas a renunciar al único acuerdo que le da cierto control sobre el tránsito de buques en el mar Negro para poder así asegurarse de que no se produzca, por esta vía marítima, la llegada de armamento occidental a Ucrania. Ese ha sido siempre el principal argumento para mantener un acuerdo en el que Rusia no obtenía ningún beneficio económico. Es más, la prórroga del acuerdo en condiciones de incumplimiento de las promesas de desbloqueo de las exportaciones rusas puede ser visto como un síntoma de debilidad, de ahí que, en esta ocasión, Rusia haya querido mostrar más dureza.

Sin embargo, la realidad tiende a imponerse a los deseos y todo indica que va a repetirse nuevamente una prórroga a regañadientes, un mal menor necesario para Rusia en su intento de mantener cierto control del tránsito del mar Negro. Frente al rechazo abierto que habían mostrado diferentes autoridades rusas, el jueves, Vladimir Putin se mostró abierto a aceptar la prolongación del acuerdo, eso sí, con el compromiso de que vayan a cumplirse también las promesas que Rusia recibió para aceptar el acuerdo en 2022. “No se ha hecho nada en absoluto”, reprochó el presidente ruso, que a agradeció los esfuerzos de Guterres y apuntó directamente a los países occidentales. Aun así, Rusia se encuentra en la misma tesitura que hace un año y autoridades occidentales como el secretario de Estado de Estados Unidos han comenzado ya a repetir los mensajes habituales. Ayer, Antony Blinken volvía a evocar el mantra de que los países en desarrollo serán quienes “paguen el precio” de la no renovación del acuerdo.

Pese a las quejas constantes y la evidencia de que el acuerdo solo ha funcionado realmente para desbloquear las exportaciones ucranianas y no las rusas -algo que se ha conseguido por el diseño de las sanciones occidentales y no es, de ninguna manera, un accidente-, Rusia vuelve a encontrarse ante la necesidad de realizar un cálculo que le haga lograr al menos una parte de sus objetivos. La aceptación de la prórroga de un acuerdo en el que no obtiene ningún beneficio económico puede ser presentado como un signo de debilidad, pero en cualquier caso sería menos dañino para su imagen internacional que las acusaciones de negar el pan a los países más pobres del mundo. Y a pesar de la certeza de que los principales países occidentales no tienen grandes prisas por aceptar la propuesta de António Guterres de facilitar el acceso al sistema de pago internacional SWIFT al banco agrícola ruso, todo indica que, una vez más, Rusia aceptará una prórroga al acuerdo de exportación de grano de Ucrania. Incumplido ya el acuerdo que hizo posible la llegada de Denis Prokopenko y otros defensores de Azovstal a Turquía, este sería el único acuerdo entre los dos países que continúe en vigor. Así será si, como afirmó ayer Erdoğan, el presiente Putin ordena finalmente que Rusia acepte la prórroga.

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