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El péndulo de la guerra

El pasado fin de semana, los líderes de los dos países que se enfrentan en la mayor guerra convencional que se ha producido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial plantearon sus propuestas de resolución del conflicto. La fórmula de paz de Zelensky ya estaba clara: su hoja de ruta de 10 puntos que comienza con la retirada unilateral de Rusia de todos los territorios de Ucrania según sus fronteras de 1991 y continúa con toda una serie de castigos a Moscú, entre los que se encuentran el pago de reparaciones y un tribunal para juzgar únicamente sus crímenes y en ningún caso los cometidos por Ucrania en los más de diez años de guerra. La propuesta de Zelensky es el sueño de Ucrania desde 2014, ya que exige la devolución de todos los territorios bajo su control hasta el golpe de estado de Maidan y elimina de un plumazo todo lo ocurrido entre el estallido de las protestas en Crimea y Donbass y la invasión rusa de 2022. El plan del presidente ucraniano resuelve a su favor los dos principales obstáculos por los que Kiev siempre consideró el acuerdo de Minsk inaceptable y jamás tuvo la menor intención de cumplirlo: aunque le hacía recuperar el territorio de Donbass, no había en él camino a retornar Crimea bajo control ucraniano y le exigía conceder a la población de Donetsk y Lugansk unos derechos que contradecían las intenciones centralizadoras y la homogeneización social, cultural y lingüística que pretendía imponer la Ucrania de Maidan. La hoja de ruta de Zelensky no ofrece nada a la población cuyos territorios Ucrania lleva una década tratando de recuperar por la fuerza miliar y por la presión política, diplomática y económica de sus aliados contra Moscú.

Horas antes del inicio de la cumbre de Suiza, el presidente ruso quiso introducir un factor nuevo en la conversación. “El fantasma de Vladimir Putin” se extendió, según Político, a raíz de sus declaraciones, en las que planteó las condiciones rusas, no para un alto el fuego temporal, ni siquiera para la paz, sino para la resolución del conflicto. El matiz es importante, ya que el enfrentamiento entre los dos países no se limita al aspecto militar ni comenzó el 24 de febrero de 2022 con la invasión rusa, sino que contiene otros factores políticos, económicos y sociales que Kiev siempre ha tratado de resolver por la vía militar. Fue así en los años de guerra de Donbass, donde la negociación de los puntos políticos fue abiertamente saboteada, y es así ahora, cuando el plan de paz de Zelensky puede resumirse en la consecución de la victoria militar completa.

En realidad, el intento de Vladimir Putin de cambiar la conversación de la cumbre de Suiza fue innecesario, ya que el contenido político del encuentro se limitó a aspectos que, de ninguna manera, van a marcar las negociaciones entre los dos países en el momento en el que se produzcan. Sin embargo, el encuentro dio la ocasión de comprobar cuáles son las exigencias de partida de Rusia para aceptar una negociación. Como anticipaba un artículo publicado recientemente por la revista estadounidense Foreign Policy, que valoraba el amplio trabajo realizado por las dos delegaciones en 2022 y lo presentaba como base para un futuro diálogo, Vladimir Putin regresa al momento en el que Rusia y Ucrania se encontraron más cerca de alcanzar un acuerdo: la negociación de Estambul. El presidente ruso recupera las exigencias de concesión de derechos a la población de habla rusa y la prohibición de representaciones fascistas, nazis o neonazis, el estatus de país neutral y no nuclear y el levantamiento de sanciones mutuas.

El único cambio real es el que manda la situación sobre el terreno. Si Rusia estaba en Estambul dispuesta a retirarse de los territorios de Jersón y Zaporozhie, Moscú exige ahora que sean reconocidos como territorio ruso. Esa es, al menos, la maximalista propuesta inicial, un planteamiento que Kiev no puede aceptar por los mismos motivos por los que el acuerdo de Estambul era inviable para Ucrania y sus socios. Por una parte, no podía exigirse a un país concesiones territoriales sin estar militarmente derrotado, algo que es aplicable al momento actual y tanto a las exigencias de Rusia como de Ucrania. Por otra parte, las garantías de seguridad y el levantamiento de sanciones afectan a los países occidentales que, como mencionaba también el artículo de Foreign Policy, implica la voluntad de recuperar las relaciones políticas y diplomáticas, inexistente entonces y también ahora.

Con dos propuestas mutuamente inaceptables y sin posibilidad de retornar al a vía diplomática -fundamentalmente debido a la postura ucraniana, la parte que renunció a la diplomacia durante el proceso de Estambul-, el conflicto entre los dos países no puede sino continuar acumulando desgaste, pérdidas y destrucción, un coste que ambos países tendrán que superar en el futuro. La continuación de la guerra implica también la polarización de las opiniones entre el optimismo de la victoria futura y el peligro de una derrota inminente. A ello está dedicado un reciente artículo publicado por Ukrainska Pravda, que deja claro que la unidad de los ucranianos que el Gobierno de Kiev y sus aliados proclaman constantemente es producto de su imaginación.

“Vamos a morir todos. No hay nadie que detenga a Putin y su horda salvaje. Hay traidores en las colinas de Pechersk. Hay desviados en la retaguardia. Hay cobardes en Washington y Bruselas. En el futuro llegarán el asalto a Járkov y la ofensiva sobre Kiev, nuevos Bucha y Mariupol por todo el país, la movilización de los ucranianos para el ejército ruso y la expansión de la guerra al territorio de la Unión Europea”, escribe el artículo mostrando, de forma intencionalmente exagerada, la postura más negativa. “Al mismo tiempo, nuestra victoria sobre Putin es inevitable. Ucrania tiene de su lado a la historia, a Dios y a todo el mundo civilizado con cazas F-16 y misiles de largo alcance. En el futuro llegará la destrucción del puente de Crimea, la entrada de las tropas de la OTAN en Ucrania, la recuperación de las fronteras de 1991, la destrucción de Moscú y el colapso de la Federación Rusa”, continúa con la igualmente hiperbólica postura contraria. Con los efectos del “péndulo emocional de la guerra”, el medio ucraniano recuerda que, dependiendo del momento, las mismas personas pueden pasar de una a otra versión con total normalidad, ya sea por un éxito en el frente o una derrota, el anuncio del envío de nuevas armas o su retraso o simplemente por las declaraciones de los líderes occidentales.

Con la guerra hasta la victoria final como única salida aceptable al conflicto, Ucrania se ha condenado a sí misma a tener que mantener a su población lo suficientemente motivada para estar dispuesta a luchar en el frente. Como recuerda Ukrainska Pravda, “¿quién está dispuesto a arriesgar su vida por una causa perdida?”. Sin embargo, el artículo prefiere ignorar que ese péndulo en el estado de opinión no solo se debe al ambiente social o a la propaganda rusa -a la que se da una presencia que no tiene, ya que, prohibidos los medios rusos hace varios años, no deberían ser un factor principal en la Ucrania actual, especialmente si hay que creer el completo rechazo a Rusia que, según la propaganda ucraniana, es generalizado-, sino, en gran parte, también a su propio Gobierno. Con la misma facilidad que Arestovich ha cambiado de postura lo ha hecho la propaganda oficial de Kiev, habituada a pasar de la narrativa del peligro de la derrota a la euforia de la victoria en el momento en el que sus aliados han anunciado futuros envíos de armas, ya fueran los Leopard alemanes o los F16 estadounidenses.

Con el frente prácticamente estático y sin más posibilidad de lograr una victoria completa que esperar el colapso del ejército oponente, la guerra tendrá que regresar en algún momento a la diplomacia. Es probable que sea más difícil para Ucrania, cuyo presidente ha prohibido por decreto la negociación con Vladimir Putin y se mantiene inflexible en su exigencia de unas condiciones que no se corresponden en absoluto con la situación sobre el terreno. Las propuestas de los diferentes dirigentes para resolver la guerra a su favor muestran que el momento del final de la guerra no está cerca y, sobre todo, recuerdan los momentos en los que el acuerdo fue posible. Pero ni en Minsk, cuando se exigía a Ucrania conceder derechos políticos a una región a la que no había sido capaz de derrotar en la guerra, ni en Estambul, cuando se trataba ya de admitir la pérdida de esos territorios y esa población, la paz fue posible. Las circunstancias no solo no han cambiado, sino que han empeorado. Tras decenas de miles de bajas en ambos ejércitos, renunciar a una parte de sus exigencias es ahora incluso más difícil. Y mientras la negociación no sea posible, la población seguirá viéndose sometida al péndulo que oscila entre la euforia y la depresión dependiendo de las necesidades de armamento de su Gobierno.

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