“Europa tiene un papel vital, aunque paradójico, que desempeñar. Ahora debe aumentar considerablemente su nivel de ayuda, ya que Estados Unidos se retira del liderazgo. Como principal financiador de Ucrania, tendrá más influencia sobre el Gobierno de Kiev, y debe utilizarla para evitar un retroceso democrático”, escribe esta semana The Economist en un artículo en el que se plantea “cómo arreglar la putrefacción de Ucrania”, un titular escasamente halagüeño para Kiev ahora que trata de presentarse como el país fuerte que, como afirma Trump, puede, con ayuda de la UE, derrotar al tigre de papel ruso.
“Putin, como un clásico gas político ruso, intenta llenar todo el espacio disponible. En su pequeño cuerpo se esconden las colosales ambiciones de un emperador del universo. Lo quiere todo: todo el poder, toda la riqueza, todas las tierras, toda la gente servil, no solo en su propio estado, sino en todos los lugares donde pueda alcanzar su poder”, afirmó Mijailo Podolyak, aprovechando que el relato oficial de la semana, calificar a Rusia de un país colapsado, coincide con su arrogante discurso. El asesor de la Oficina del Presidente añadió que “la guerra está matando a Rusia, pero Putin, como un adicto, no puede contenerse. Todo el mundo lo ve, todo el mundo lo entiende: Putin tendrá que ser derrocado colectivamente”. Rusia está destruida, una “gasolinera sin gasolina”, como se mofó la exdiplomática ucraniana María Drutska, pero Ucrania precisa de asistencia colectiva y la Unión Europea exige que Estados Unidos colabore en la tarea de derrotar a Moscú con algo más que el envío constante de armas. Pese a los evidentes problemas que causan tanto la guerra como las medidas coercitivas impuestas por Occidente, Rusia continúa financiando el mantenimiento de su Estado, incluido el ejército, al que suministra de material producido por su propia industria o adquirido comercialmente en el exterior. Al contrario que Ucrania, Moscú no cuenta con el salvavidas exterior, sin el que Kiev jamás podría haber continuado luchando.
El altivo y triunfalista discurso de profundo desprecio a Rusia y a su población contrasta con el que Zelensky utiliza cuando exige financiación a sus aliados. Camaleónico en sus actuaciones, el presidente ucraniano es capaz de actuar como el orgulloso líder de una patria unida a punto de expulsar de su territorio a su agresor y garante de la seguridad continental, pero también de líder preocupado para el que toda asistencia es poca y cualquier reducción puede suponer la derrota inminente. Las contradicciones son parte de cualquier discurso, pero en ocasiones resultan rampantes. En su discurso en la ONU, Zelensky utilizó la audiencia de jefes de Estado y de Gobierno y, sobre todo, asesores, que implica la tribuna de la Asamblea General para publicitar el sector de producción armamentística de Ucrania. Sin embargo, el presidente ucraniano no pierde la oportunidad de exigir a sus aliados más financiación para la guerra. Ucrania se jacta de su fortaleza, pero siempre necesita más aportación -económica y militar- de sus aliados europeos y de su patrón estadounidense, al que le exige el material que no se fabrica en el territorio nacional ni de Ucrania ni de los países europeos. Poco a poco, Ucrania ha ido consiguiendo las armas milagrosas que ha exigido en cada momento y que nunca han dado el resultado esperado, por lo que al envío han seguido los reproches de excesiva tardanza o cantidades insuficientes. Derrotar a un tigre de papel con la economía colapsada y que desde la primavera de 2022 se anunciaba que estaba quedándose sin misiles ha resultado ser más complicado de lo que los burócratas europeos esperaban.
“Para aumentar aún más la producción, Ucrania necesita más dinero, del que carece enormemente. Olena Bilousova, experta en industria de defensa de la Escuela de Economía de Kiev, afirmó que Ucrania tenía la capacidad industrial para producir equipos militares por valor de 35 000 millones de dólares al año, pero solo producía hasta unos 15 000 millones y no podía permitirse más. «La cuestión de la financiación es un cuello de botella para nuestra industria de defensa», declaró la Sra. Bilousova en una entrevista”, escribía en julio The New York Times. Curiosamente, pese a su ideología económica libertaria, profundamente privatizadora y antisocial, el Gobierno de Zelensky sufre ahora el problema que Margaret Thatcher adjudicaba al socialismo, del que decía que “a la larga, se te acaba el dinero de los demás”.
A la hora de solicitar un aumento de la asignación de los países occidentales y de la OTAN para Ucrania, Kiev acostumbra a utilizar tres argumentos que, en ocasiones, se usan indistintamente: la posibilidad de victoria a causa de un pequeño aumento de la financiación, el riesgo de derrota en caso de no producirse y, sobre todo, la necesidad de “acortar la guerra”, un objetivo que jamás se ha planteado realmente, pero que es útil en la elaboración del discurso. Ucrania no ha escondido su voluntad de seguir luchando mientras sea necesario y para ello exige apoyo, pero la lectura selectiva de los hechos y la negativa de la prensa a resaltar las contradicciones en su discurso, posibilitan que ese sea actualmente el centro de su narrativa.
“Espero que pongamos fin a esta guerra”, afirmó recientemente Volodymyr Zelensky, consciente de que se trata de un eufemismo para decir que sean sus aliados quienes consigan para Ucrania las condiciones que Kiev y sus aliados europeos han marcado como líneas rojas, algo que a día de hoy no es posible. “El plan A es poner fin a la guerra, el plan B son 120.000 millones de dólares. Eso es todo. Este es un gran problema. No digo que, en tiempos de paz, durante un alto el fuego o en el marco de las garantías de seguridad, necesitemos la misma cantidad de dinero durante diez años. Pero, en cualquier caso, deben comprender la magnitud de este problema”, continuó, poniendo sobre la mesa la cifra con la que espera contar anualmente para librar la guerra. Según el presidente de Ucrania, que en sus presupuestos destina más de la mitad de los gastos totales del país a la guerra, Kiev es capaz de costear la mitad de esa cantidad, pero precisa de otros 60.000 millones de dólares anuales mientras se mantenga la batalla. El subtexto del discurso de Zelensky es claro: es más eficiente hacer un único gran esfuerzo para derrotar a Rusia y dar paso a una paz en sus condiciones, que continuar la guerra de desgaste, para la que Ucrania desea unas cantidades por encima de cualquier argumento razonable. Con esa cifra, Ucrania exige disponer de un presupuesto para la guerra similar al que Rusia dispone para todo su gasto militar, 135.000 millones de dólares para 2025, con los que ha de, por ejemplo, mantener sus armas nucleares (un coste de alrededor de 8-10% de ese gasto en años anteriores).
Sin embargo, las peticiones de más asistencia y financiación no se limitan a la guerra. Las dificultades para la población refugiada ucraniana aumentan en países vecinos, especialmente en Polonia, interesada en que al menos una parte retorne a su país, y Kiev trata de favorecer la vuelta de su creciente diáspora en Europa, lo que supondría un coste añadido para unas arcas del Estado que subsisten únicamente gracias a la constante inyección de financiación de Bruselas. “Ucrania busca fondos para su defensa y gastos sociales básicos”, titulaba esta semana un artículo publicado por EFE. “Ucrania afronta el desafío de asegurar fondos para su defensa y sus gastos sociales básicos en 2026, ya que la dependencia de la ayuda internacional sigue siendo importante y el Gobierno busca formas de aumentar los salarios de los soldados y expandir la producción militar nacional”, escribía en su apertura. Aunque la guerra es a día de hoy la razón de ser del Estado ucraniano, no supone todo el gasto, ni la única oportunidad de pedir más apoyo a sus aliados. “Por primera vez en dos años, el salario mínimo mensual (actualmente en 164 euros) y las garantías sociales básicas aumentarán un 8 %, lo que solo compensa parcialmente el impacto de la inflación en los ingresos de los ucranianos, cada vez más erosionados”, añade EFE, que insiste, sonando como un comunicado de prensa del Gobierno ucraniano, en que “financiar estos gastos básicos, junto con otros desembolsos estatales en educación y sanidad, supondrá unos 40.800 millones de euros, y dependerá de la puntualidad y el volumen del apoyo internacional”.
“Ucrania necesitará obtener 38.700 millones de euros de fuentes externas como el Mecanismo para Ucrania de la Unión Europea (UE), la iniciativa del G7 y los fondos del Fondo Monetario Internacional (FMI). Según Roksolana Pidlasa, presidenta de la Comisión Presupuestaria del Parlamento, 15.400 millones de euros de esta suma aún no están financiados”, continúa EFE, que recuerda que gran parte de la asistencia financiera se producirá en forma de créditos, no de subvenciones, por lo que aumentará la deuda pública hasta el 106% del PIB. Absolutamente insostenible, esa deuda no es la principal preocupación en Ucrania, cuyas prioridades están claras y no pasan por centrarse en una deuda impagable por la que espera no tener que responder.
Kiev, que se queja también de que los fondos entregados por los aliados para gastos básicos no puedan ser utilizados para defensa, pone así precio a la guerra proxy. 60.000 millones de dólares para la guerra y 38.700 millones de euros (una parte ya cubierta por la Unión Europea) son las cifras con las que Ucrania espera contar anualmente para preservar el statu quo, un total de 105.288 millones de dólares, una cantidad absolutamente imposible de sostener a la larga, pero para la que Ucrania tiene siempre la misma solución: la expropiación, en realidad robo, de los activos públicos y privados rusos intervenidos por la Unión Europea en febrero de 2022.
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