La única forma de que la batalla se detenga, ha afirmado Volodymyr Zelensky en una entrevista concedida a Sky News publicada ayer, es que Trump imponga un paquete de sanciones contra Rusia y garantías de seguridad para Ucrania. Poniendo todas sus esperanzas en que Estados Unidos imponga sanciones masivas, el presidente ucraniano insiste en esa receta con la que dice que sería posible que Vladimir Putin pusiera fin a la guerra este mismo año. El presidente ucraniano admitir lo que hasta ahora solo ha afirmado en voz alta Radek Sikorski, que las garantías de seguridad son la afirmación de que Occidente está dispuesto a declarar la guerra a Rusia. Ucrania no desea que se ofrezca a Moscú ningún incentivo -como levantamiento de sanciones- para aceptar unas garantías de seguridad para Kiev que, en los términos en los que se está negociando, supondría la presencia de tropas de la OTAN sobre el terreno. Consciente de que Rusia no puede aceptar esas condiciones sin admitir la derrota, Zelensky se aferra al arma económica como herramienta para poner a Moscú contra las cuerdas y obligar al Kremlin a aceptar su dictado. Aunque Zelensky prefiere tirar la piedra y esconder la mano, teniendo en cuenta que apenas hay comercio que sancionar entre Estados Unidos y Rusia, las únicas medidas que Washington puede imponer son sanciones secundarias contra países como India y China, algo que hasta ahora no ha funcionado y que, incluso de hacerlo, podría causar consecuencias económicas a nivel mundial. Pese al evidente intento de Kiev de que China sea duramente castigada por no haber renegado de su relación comercial con Rusia, el país sigue siendo un socio comercial clave que Ucrania no puede permitirse perder.
En términos de garantías de seguridad, que están negociándose como si la opinión de Rusia no fuera un factor, el mes pasado, The Telegraph afirmaba que Trump valoraba seriamente la posibilidad de privatizar una parte de la respuesta. Según el medio británico, “empresas militares privadas estadounidenses podrían desplegarse en Ucrania como parte de un plan de paz a largo plazo”. La Casa Blanca, que siempre ha insistido en que no habría soldados estadounidenses sobre el terreno, se abría así a la posibilidad de enviar un contingente que no fuera oficialmente parte de sus fuerzas armadas, treta habitual para ejercer el derecho a la negación plausible, mantener presencia de tropas a las que se les pueden dar órdenes, pero ante las que no hay que responder legalmente en caso de crímenes (de guerra o no) y a las que no hace falta defender, por lo que no existiría riesgo de enfrentamiento entre tropas de Estados Unidos y Rusia.
“Los contratistas estadounidenses podrían desplegarse para ayudar a reconstruir las defensas de primera línea de Ucrania, nuevas bases y proteger las empresas estadounidenses. La presencia de soldados privados actuaría como elemento disuasorio para disuadir a Vladimir Putin de romper un eventual alto el fuego”, detallaba el pasado agosto The Telegraph, que mezclaba garantías de seguridad para Ucrania con defensa de los intereses de Estados Unidos. Ese mismo mes, un bombardeo ruso alcanzó la fábrica de una empresa norteamericana, argumento que Ucrania trató de elevar a ataque directo y deliberado contra Estados Unidos. La reacción de Donald Trump fue calmada, sin dar especial importancia a una fábrica en la que, según la versión ucraniana, se fabricaban electrodomésticos y que, según la rusa, las explosiones secundarias probaban que había sido reconvertida para la producción militar. La limitada respuesta de la Casa Blanca muestra que no es ese tipo de intereses el que Donald Trump querría proteger enviando a Ucrania a contingentes de tropas de empresas militares privadas.
Solo era cuestión de tiempo que el nombre de Erik Prince apareciera en los medios como candidato a aprovecharse de la gran oportunidad de lucrarse del dolor ajeno en una guerra lejana. Prince, hermano de Betsy de Voss, secretaria de Educación en la primera legislatura de Trump, ha sido un personaje cercano al trumpismo no solo por sus relaciones familiares o por afinidad ideológica, sino también por sus intereses. Como a Turmp, a Prince no le interesa la industria, pero sí los recursos naturales, un rasgo generalizado en las empresas de seguridad privadas o empresas militares privadas (el ejemplo de Wagner y su trabajo, entre otros, en el sector de la extracción de oro en la zona de Sudán entonces controlada por las fuerzas paramilitares recuerdan que las características de este tipo de organización con ánimo de lucro se repiten en el tiempo y en el espacio). En los últimos años, Prince ha presentado proyectos que siempre han resultado fallidos y cuyo objetivo era siempre el mismo, privatizar la guerra.
Su último intento serio había sido en Afganistán, cuando en 2018 trató de vender al Gobierno de Estados Unidos un plan por valor de 5.000 millones de dólares según el cual su empresa, heredera del famoso Blackwater que él mismo fundó, ser haría cargo de la seguridad del país, permitiendo a Trump retirar las tropas estadounidenses y ahorrar grandes cantidades de dólares. “Prince presentó por primera vez la idea cuando el presidente Donald Trump asumió el cargo el año pasado, con la esperanza de que la oposición manifestada desde hace tiempo por el presidente a mantener las fuerzas estadounidenses en Afganistán abriera la puerta a una presencia privatizada. Pero Trump escuchó en cambio a su equipo de seguridad nacional, incluidos los detractores del plan, como el secretario de Defensa Jim Mattis, el exsecretario de Estado Rex Tillerson y el exasesor de Seguridad Nacional H.R. McMaster”, escribía entonces The Intercept.
La derrota electoral de Trump en las elecciones de 2020 condenó a Prince a renunciar a las grandes aspiraciones que han regresado ahora. No es de extrañar que Erik Prince se haya interesado por las dos guerras en las que Donald Trump ha acordado obtener acceso privilegiado a los recursos naturales (reales o imaginarios): la República Popular del Congo y Ucrania.
“En medio de los informes de que la administración de Donald Trump está considerando utilizar contratistas militares privados estadounidenses en la Ucrania de posguerra, múltiples fuentes informan a The Guardian de que un estadounidense muy conocido y controvertido de la era de la «guerra contra el terrorismo» ya está buscando negocios”, escribía la semana pasada el medio británico, que añadía que en “Kiev, halcones militares y corsarios de la defensa han descrito cómo Erik Prince, discípulo de Maga y fundador de la ahora desaparecida empresa mercenaria Blackwater, ha estado promocionando agresivamente sus servicios y buscando comprar”.
“Según esas mismas fuentes, que hablaron de forma extraoficial y bajo condición de anonimato para discutir asuntos delicados relacionados con la defensa, Prince se estaba promocionando ante el valioso sector ucraniano de los drones y buscando reuniones con los principales actores de la industria”, añade The Guardian, que muestra cierto escepticismo ante las reticencias que previsiblemente pueden mostrar las empresas ucranianas a realizar ese tipo de ventas de activos que actualmente son estratégicos. “«Erik va allí para comprar empresas de drones», dijo una de las fuentes, y otra confirmó que Prince estaba buscando adquirir fabricantes de drones con presencia en Ucrania”, escribe el artículo.
Sin embargo, ante la oportunidad que podría suponer Ucrania, la aparición de Prince en la cuestión ucraniana no se limitar a tratar de comprar sino a vender, concretamente sus servicios. “Se acerca una tormenta mercenaria”, advierte un artículo publicado esta semana por Newsweek. “El interés de Prince por Ucrania surge después de que este año haya ejercido como asesor de un polémico programa de asesinatos con drones en Haití y, según se informa, haya enviado cientos de combatientes al conflictivo país —sede de intereses mineros occidentales— bajo la bandera de su nueva empresa, Vectus Global”, afirma The Guardian. “Hace tiempo que Prince ve Ucrania, que recientemente ha firmado un acuerdo sobre minerales raros con la administración Trump, como una potencial fuente de ingresos: en 2020, presentó un plan multimillonario a Zelensky, entonces recién elegido presidente, para ayudar a resolver lo que era una guerra congelada en la región oriental de Donbás, utilizando su ejército privado. El acuerdo nunca se materializó”, concluye el artículo. El intento del fundador de Blackwater de tener un papel en la privatización de la guerra en Ucrania es evidente y todo apunta a que los actuales movimientos de Pince para adquirir activos en el país son una forma de ganar una presencia previa que posteriormente presentar al Gobierno de su país como garantía en busca de contratos aún más lucrativos. Porque aunque Zelensky pueda ser menos reticente que otros dirigentes a dejar en manos privadas la seguridad del país, la decisión no se tomará en Kiev, sino en Washington. Y no sería la primera vez que los planes de Prince en Ucrania se desvanecen. En el pasado, el exlíder de Blackwater ha tratado de hacerse con la estratégica Motor Sich y de crear un ejército privado, unos planes excesivamente ambiciosos en un contexto que aún no era el adecuado.
Comentarios
Aún no hay comentarios.