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Economía, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Rusia, Ucrania

Litio, seguridad e intereses económicos

El acuerdo de minerales, en aquel momento centrado en unas reservas de tierras raras que personas como Lindsey Graham presentaron como una enorme fuente de beneficio, fue una de las causas de la catastrófica reunión de Volodymr Zelensky en la Casa Blanca a finales de febrero. Aquel día, Zelensky y su equipo comprendieron que cada uno de sus mensajes debe venir acompañado de un sentido agradecimiento al presiente de los Estados Unidos por su apoyo, sensatez y sincero intento de lograr para Ucrania la paz justa por medio de la fuerza que Kiev y sus aliados europeos también persiguen. El proceso de negociación y, sobre todo, unos términos imposibles de encajar en la legalidad, consiguieron modificar un acuerdo meramente imperialista, que hacía de Ucrania una colonia extractivista al servicio de Estados Unidos. Finalmente, sin ningún tipo de debate parlamentario y con la representación de la ciudadanía en la Rada sin posibilidad de leer los documentos del acuerdo final, Ucrania y Estados Unidos firmaron un acuerdo aparentemente menos desequilibrado, pero en el que la lógica sigue siendo la misma.

La formulación de la parte no secreta del acuerdo ha moderado su retórica y ya no insiste en la cantidad que Estados Unidos dice falsamente haber aportado a la defensa de Estados Unidos ni, sobre todo, plantea una cifra que Washington espera ingresar por medio de la extracción de minerales y explotación de otros sectores económicos. Esa fue una de las líneas rojas de Ucrania, que no podía firmar un acuerdo en el que fuera declarada deudora y obligada a devolver una determinada cantidad de dinero como compensación por la asistencia militar que, entendía, había sido entregada como donación y no como crédito. Aunque la prensa occidental prefirió obviar la cuestión, uno de los motivos por los que esa terminología era inaceptable para Ucrania y por la que tuvo que plantarse incluso ante su principal proveedor militar es precisamente lo incierto de las cantidades que puedan extraerse a corto e incluso medio plazo en Ucrania. La existencia de una cifra concreta que Ucrania tuviera que aportar a un fondo común en el que Estados Unidos iba a tener el control supondría la perpetuación en el tiempo de una deuda que Kiev es consciente de que no puede pagar a costa de la entrega de sus recursos naturales, si es que es realista pensar que esos minerales vayan a producir la cifra a la que Donald Trump aspiraba en un principio, 350.000 millones de dólares, o la posteriormente rebajada de 100.000.

“Los expertos afirman que el camino hacia la extracción de minerales está plagado de dificultades. Los estudios geológicos obsoletos podrían empañar el valor real del subsuelo ucraniano; las centrales eléctricas dañadas que se necesitan para extraer los recursos necesitan reparaciones; y la guerra en curso hace que cualquier inversión sea intrínsecamente arriesgada”, explica esta semana The New York Times en un artículo sobre la puesta en marcha del acuerdo que finalmente no firmaron Donald Trump y Volodymyr Zelensky en una cena de gala, sino Scott Bessent y Yulia Syrydenko en una sala sin apenas expectación internacional. De la inmensa sonrisa de Lindsey Graham cuando en el Foro de Seguridad de Múnich se jactaba junto a un silencioso Zelensky de las enormes cantidades de recursos y dinero que iba a obtener Estados Unidos solo quedan ahora dudas sobre cuál es realmente el potencial del suelo ucraniano, si existen siquiera esas tierras raras que solo parecen conocer el senador estadounidense y los periodistas a los que el presidente ucraniano mostró un mapa soviético con las localizaciones.

El acuerdo firmado, y del que no se sabe prácticamente nada, ya que gran parte de lo firmado no se ha filtrado y se ha mantenido en el más estricto secreto incluso para quienes tuvieron que votar su ratificación en el Parlamento, implica, según la versión de Kiev, la existencia de un fondo de reconstrucción de Ucrania. Según los términos que se han dado a conocer, Kiev ingresará en él la mitad de los ingresos de las nuevas concesiones de extracción de todo tipo de minerales y la explotación de otros recursos, una terminología vaga en la que puede incluirse prácticamente todo desde el tránsito de gas a la gestión portuaria y que dependerá de la voracidad de Estados Unidos en cada momento y de la prisa por obtener beneficios. Mucho más opaco es cuál será la aportación estadounidense -aunque se da por hecho que se será la asistencia militar ya entregada- o cómo se reinvertirá una parte de ese fondo en la futura reconstrucción del país. En cualquier caso, queda claro que, al menos una parte de lo ingresado por Kiev en ese fondo, quedará en manos de Washington, que se habrá lucrado sin necesidad de hacer absolutamente nada, de las riquezas minerales de Ucrania.

Aunque la teoría no está del todo clara, Ucrania necesita poner en marcha la práctica, ante todo para demostrar a Donald Trump, de quien Ucrania sigue dependiendo para el suministro de inteligencia y material, que va en serio en su intención de compartir sus recursos. “Más de un mes después de que Ucrania firmara un acuerdo histórico que concede a Estados Unidos una participación en sus reservas minerales, Kiev se esfuerza por demostrar a la Administración Trump que el acuerdo puede dar resultados rápidos y tangibles”, explica The New York Times, que añade que Ucrania ha aprobado “los primeros pasos para permitir a inversores privados explotar un importante yacimiento estatal de litio, según informaron dos funcionarios del Gobierno. Este proyecto sería el primero en recibir luz verde en el marco del acuerdo”.

La esperanza de Zelensky, y origen de la disputa, no era solo eliminar la definición de Ucrania como un país que se encontraba en deuda con Estados Unidos, sino conseguir que el suministro de minerales se produjera a modo de pago por las garantías de seguridad futuras. En otras palabras, Zelensky estaba dispuesto a comprometerse a que Ucrania pagara por los servicios de Estados Unidos por medio de la entrega de parte de sus ingresos de extracción de minerales, pero no por lo ya prestado, sino por el suministro futuro. La respuesta estadounidense, que ninguna negociación ha conseguido modificar, fue que el principal escudo que podía ofrecer Washington era su presencia económica.

Si el acuerdo no implica garantías de seguridad militares, Ucrania ha de buscar la forma de que la presencia económica estadounidense sea tan elevada que Estados Unidos tenga que proteger sus inversiones y, por consiguiente, el país. “El gobierno acordó comenzar a redactar recomendaciones para abrir la licitación a empresas para explotar el yacimiento de litio de Dobra, en el centro de Ucrania, según los dos funcionarios, que hablaron bajo condición de anonimato para tratar un tema delicado. Se trata de uno de los mayores yacimientos ucranianos de litio, un mineral fundamental para fabricar baterías eléctricas”, describe The New York Times para posteriormente nombrar a quien parece el principal aspirante a hacerse con la licitación. “Entre los posibles licitadores se encuentra un consorcio de inversores que incluye a TechMet, una empresa de inversión en energía propiedad en parte del gobierno estadounidense, y Ronald S. Lauder, multimillonario amigo del presidente Trump. El grupo lleva tiempo manifestando su interés por el yacimiento de litio de Dobra, e instó al Presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, a finales de 2023 a abrir ofertas”, explica el artículo. Qué mejor opción que alguien directamente vinculado a Donald Trump.

Sin embargo, Dobra no es el yacimiento de litio más importante con el que cuenta Ucrania. “Los rusos han entrado en Shevchenko, en el extremo oeste de la región de Donetsk. Esta es la geolocalización de uno de los mayores depósitos de litio de Ucrania, que supuestamente estaría cubierto por el acuerdo de minerales de Trump. Sin embargo, la administración Trump dejó muy claro que el acuerdo no pretende dar garantías de seguridad a Ucrania. No está claro por qué Ucrania lo firmó”, escribió ayer el periodista opositor ruso Leonid Ragozin, que se hacía eco de los cambios señalados por la fuente ucraniana DeepState, adscrita al Ministerio de Defensa, que confirmaba el avance ruso. El extractivismo de minerales no solo choca con las limitaciones propias de la naturaleza en forma de existencia o no de esas reservas anunciadas, viabilidad de la extracción y necesidad de inversión para crear las condiciones que permitan el inicio de los trabajos de prospección, sino con la guerra. Una parte de los recursos con los que Ucrania espera mantener el interés político del gobierno estadounidense y el económico de sus empresas se encuentran en territorio bajo control ruso o en zonas cercanas al frente. Algunos recursos importantes se encuentran lo suficientemente cerca de la línea de batalla como para hacer posible que sean capturados por las tropas rusas antes de que se produzca un alto el fuego que dé lugar a una negociación.

La guerra es un problema para la puesta en funcionamiento del acuerdo de extracción de minerales y recursos de Ucrania, pero también puede ser una respuesta si Ucrania consigue retorcer tanto los términos del acuerdo secreto como para incluir en él a su sector más en auge. Presentando como gran oportunidad de inversión la imperiosa necesidad ucraniana de obtener más financiación para la guerra, Svyrydenko trata ahora de incluir en la dinámica del acuerdo de minerales a la “floreciente industria militar ucraniana”. “El país cuenta con numerosas fábricas que producen drones, proyectiles y cañones de artillería a una fracción de los costes estadounidenses y europeos, pero carece de capital para ampliar su producción”, admite The New York Times. “«Se trata de hacer el fondo más atractivo para Estados Unidos», dijo. «¿Dónde se invierte dinero para obtener rentabilidad hoy en Ucrania? En defensa», añade el artículo citando a la viceprimera ministra. Los minerales pueden dar beneficios a medio o largo plazo, pero la guerra los obtiene en el momento.

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