“General, me has hecho la pregunta repetidamente”, explicó Keith Kellogg que le respondió en su última visita a Ucrania el ministro de Defensa Rustem Umerov en relación a qué entiende por alto el fuego, “no disparar es no disparar”. Así lo ha relatado esta semana el enviado de Trump para Ucrania, perfectamente satisfecho con las palabras del representante de Kiev y con total confianza en que, pese a los precedentes, las palabras se convertirán irremediablemente en hechos. Kellogg prefiere no recordar la etapa de los perpetuamente incumplidos procesos de alto el fuego o episodios en los que Ucrania alegaba que el uso de un Bayraktar para asaltar una trinchera, destruir un tanque y disponer de un relativamente espectacular vídeo con el que promocionar los drones turcos no era una infracción del alto el fuego ni de los acuerdos de Minsk, que prohibían específicamente todo uso de vehículos aéreos, tripulados o no, a excepción de los drones de la OSCE.
En el pensamiento mágico del general retirado estadounidense, con un discurso cada vez más alejado de la realidad, los avances en el proceso hacia la paz son tangibles y se basan en la búsqueda del alto el fuego, la panacea que resolverá todos los problemas, a partir de las hojas de términos entregadas por las partes. Se trata de la propuesta ucraniano-europea entregada como contraataque a la de Witkoff, teóricamente proposición final de Estados Unidos, y el memorando entregado a Ucrania en Estambul y que la delegación ucraniana no tenía autorización para negociar. Pretendiendo que esos dos textos no son absolutamente incompatibles, especialmente en cuestiones de seguridad y también en cuanto a los territorios y, sobre todo, la cuestión de las sanciones, la idea del general Kellogg es, como ha declarado repetidamente, mezclar ambos textos para llegar a una resolución. Increíblemente teniendo en cuenta la escalada en la guerra aérea que se ha producido durante las últimas dos semanas -ahora relativamente relajada, al menos temporalmente- y los avances rusos en Donbass y Sumi, Kellogg cree estar cerca de una formulación de esa unión de las dos propuestas de máximos que sea aceptable para Kiev y Moscú.
Quizá parte de su ingenuidad -real o simulada en su labor de ejercer en el Gobierno de Trump como lobby ucraniano- proceda de no querer comprender que la idea de una presencia militar de países de la OTAN en territorio ucraniano va a ser considerado para Rusia una adhesión de facto de Ucrania a la Alianza, algo que solo puede aceptar militarmente derrotada o a cambio de unos incentivos que no se le van a ofrecer. La seguridad de Kellogg se construye sobre la errónea base de que el elemento central de esta guerra es el territorio, que actualmente solo está siendo utilizado para mostrar la fortaleza de las partes en vistas a la negociación. Con esa creencia de que resolver la cuestión territorial es la clave para lograr la tregua el general estadounidense insistió en que alto el fuego significa que “el territorio que ocupas, por la presencia de tus tropas, y lo que está a tus espaldas, ahora es tuyo”.
Es evidente desde 2022 que la guerra se dirigía a un final no concluyente en el que ninguna de las partes podría imponer sus términos, por lo que la división territorial se correspondería, salvo posibles ajustes menores, a la línea de contacto, repetición de lo ocurrido en la guerra de Donbass. Sin embargo, la cuestión del territorio es, a día de hoy, posiblemente la menos complicada a la hora de llegar a un acuerdo y es solo una de las muchas cuestiones que las partes en conflicto y la mediación estadounidense tendrán que acordar. Lo harán, además, en un contexto de máxima desconfianza que posiblemente se haya acrecentado aún más con la forma en la que Donald Trump ha utilizado la agresión israelí contra Irán para exigir a Teherán lo que, en la práctica, supone su sumisión. Pero incluso en el aspecto territorial, Kellogg oculta una parte de sus intenciones, habitual táctica estadounidense de olvidar pequeños detalles y mover la portería cuando ya es demasiado tarde para que la otra parte vuelva atrás en lo ya acordado. Esa fue la experiencia que retrata el negociador de Naciones Unidas sobre la fase final de la negociación de la retirada soviética de Afganistán y todo indica que la forma en la que Kellogg, que parece haberse hecho la voz cantante del trumpismo en la cuestión ucraniana, pretende negociar un acuerdo mucho más favorable para Ucrania que la hoja de ruta desarrollada por Steve Witkoff y hacerlo dando la impresión de actuar con ecuanimidad.
El objetivo final, más allá del alto el fuego y la consolidación de la tregua, “no solo para Ucrania, sino para Europa”, es devolver a Rusia al grupo de las “naciones adecuadas” (proper nations), una expresión extraña que puede dar a entender lo que se ha traducido como naciones civilizadas o simplemente sugerir la reintegración de Rusia en las relaciones internacionales. La ambigüedad estratégica que Kellogg mantiene sin admitirla muestra nuevamente ese cinismo de hacer creer a Rusia que, por ejemplo, se levantarán sanciones, base sin la que Moscú no puede reintegrarse en el mercado occidental, aunque en ningún momento se verbalice esa posibilidad. Todo ha de quedar lo suficientemente abierto para que sea susceptible de ser manipulado en el momento en que sea necesario.
Aún más lejos de la realidad que la visión idealizada y simplificada de Kellogg, que se niega a entender la naturaleza y las causas de la guerra, están los países europeos, convencidos de que han de continuar reuniéndose y publicando comunicados con los que pretender que su presencia en las negociaciones importa. La guerra de Ucrania y la reacción de Bruselas y Londres a la invasión rusa han provocado una serie de cambios en la posición geopolítica de la UE y el Reino Unido, más dependientes de Estados Unidos y más aisladas del resto del mundo, incluida China, segunda potencia mundial y posible salvavidas ante la política de guerra económica del aliado estadounidense. Con la habitual sonrisa con la que acostumbra a referirse a la guerra de Ucrania, Kaja Kallas anunció esta semana nuevas sanciones y más presión contra Rusia para que acepte sentarse a la mesa de negociación, algo que ya ha hecho, pero que la UE, igual que Kiev, prefiere manipular. En un cínico ejercicio de proyección, la versión de Kiev y Bruselas es que la misión de bajo nivel enviada por Vladimir Putin no tiene capacidad de negociar los aspectos políticos. Como ha admitido esta semana Volodymyr Zelensky, en realidad es la ucraniana la que tiene permiso únicamente para negociar cuestiones humanitarias, un aspecto importante, pero que no va a determinar el desarrollo de los acontecimientos ni la resolución del conflicto.
Más allá de las constantes reuniones bilaterales con Ucrania, la última la reunión de Pistorius con Zelensky en Kiev para planificar las futuras necesidades de defensa, los países de la Unión Europea y el Reino Unido siguen realizando sus formales cumbres en las que un comunicado final muestra el estado de la política continental, quiénes son los países que la determinan y cuál es su deseo de resolución de la guerra. En el último comunicado de la reunión que celebraron Alemania, Francia, Italia, España, Polonia, Reino Unido y Kaja Kallas en representación de la Unión Europea, un pequeño grupo de países que se ha autoproclamado voz del continente europeo, los y las firmantes dan una muestra de sus prioridades, idealismo e hipocresía.
“Reconocemos que es necesario un enfoque de 360 grados de la seguridad euroatlántica para proteger a nuestros ciudadanos y sociedades, superar las consecuencias de la guerra de agresión rusa contra Ucrania y contrarrestar las amenazas y los retos en todos los ámbitos en nuestros vecinos orientales y meridionales y en la región del Báltico”, afirman en su párrafo más geopolítico, destacando la centralidad de la guerra de Ucrania, mencionando por su nombre a la región de la que proceden los jefes de la diplomacia y defensa de la UE y calificando a Asia y África de vecindarios. El comunicado continúa insistiendo en que “reforzaremos nuestras asociaciones en las regiones que repercuten en nuestra seguridad para hacer frente a la inestabilidad y fomentar la paz y la prosperidad, especialmente en el Mediterráneo, en África, en los Balcanes Occidentales, en la región del Mar Negro y en la región MENA (Oriente Medio y norte de África, Middle East-North África), en un contexto profundamente marcado por el atentado del 7 de octubre y sus secuelas, con la necesidad de lograr la liberación de todos los rehenes tomados por Hamás, un alto el fuego inmediato en Gaza y la reanudación urgente de la ayuda”. Esa es la única mención a Palestina, cuyo nombre no se pronuncia y donde la prioridad son los rehenes israelíes, posteriormente el alto el fuego y, solo al final, la situación humanitaria que está matando de hambre a la población más vulnerable sin que los líderes de la UE y el Reino Unido sean capaces de señalar quién bombardea e impide el paso de ayuda humanitaria.
Más allá de ese párrafo, en el que quedan claras las prioridades, todo el comunicado está dedicado a condenar a Rusia, que al contrario que Israel sí merece ser nombrado repetidamente como país agresor, mostrar la intención de sostener el Estado y el ejército ucraniano y a preparar el día después de la guerra. Aunque el comunicado vuelve a insistir en que Rusia tiene la obligación de aceptar el alto el fuego incondicional que Ucrania aceptó obligada por Estados Unidos y con la esperanza de que fuera Moscú quien lo rechazara por inviable, la retórica del comunicado deja lugar a pocas dudas. La postura de estos países, que no son los más beligerantes de la Unión Europea en estos momentos (posición que corresponde a los países bálticos y nórdicos), pasa por tomar el alto el fuego de Kellogg como punto de partida para un día después en el que es probable que Estados Unidos se retire y la posguerra corra a cargo (y a cuenta) de la Unión Europea y el Reino Unido.
“Hemos subrayado una vez más nuestro apoyo inquebrantable a Ucrania, a su pueblo, a su democracia, a su seguridad, soberanía, independencia e integridad territorial según sus fronteras internacionalmente reconocidas. Una Ucrania fuerte, independiente y democrática es vital para la estabilidad y la seguridad de la zona euroatlántica”, palabras vacías sobre un país cuya democracia se basa desde hace once años en permitir únicamente a la oposición considerada lo suficientemente nacionalista. Resulta relevante la mención a “la integridad territorial según sus fronteras internacionalmente reconocidas”, admisión implícita del tipo de paz, armada y temporal, que los países europeos esperan para Ucrania y Rusia con la perpetuación del conflicto más allá del alto el fuego de Kellogg. En su discurso, los países europeos que se han organizado como eje central de la toma de decisiones, se adhieren a la ingenua idea de la recuperación de las fronteras de 1991, incluyendo Crimea, algo que solo puede conseguirse por el uso de una fuerza masiva.
La contradicción entre paz y cronificación deliberada del conflicto con el país contra el que actualmente se está indirectamente en guerra es similar a la que afirma su compromiso con “una Europa más fuerte y soberana, capaz de defender a sus ciudadanos y sus intereses y de contribuir a la paz y la seguridad internacionales”, pero anuncia que lo hará “trabajando juntos para fortalecer nuestra seguridad y defensa colectivas y reforzar la contribución europea a la OTAN” y califica a la Alianza Atlántica de “piedra angular de nuestra defensa colectiva”.
Esa visión de los cinco países de la Unión Europea, su jefa de la diplomacia y el Reino Unido, que se asemeja más a un comunicado de la OTAN que a una declaración política, es perfectamente coherente con el plan Kellogg para Ucrania, un alto el fuego con el que Estados Unidos pueda decir que ha detenido la guerra y dejar en manos de los países europeos lo que ocurra más adelante. Ese día después supondrá, si Kiev y sus aliados europeos están al mando, la continuación de la presión de las sanciones, la militarización extrema de Ucrania y la sustitución de la guerra sin fin por el conflicto eterno.
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