“Existe una preocupación real de que el presidente estadounidense cumpla su amenaza y abandone su papel de mediador al no conseguir sentar a Vladimir Putin a la mesa de negociaciones”, escribía ayer The Telegraph adhiriéndose al escenario más catastrofista posible. Esa visión parte del evidente hartazgo de Donald Trump con respecto a una negociación que ingenuamente esperaba que fuera sencilla para resolver una guerra que considera “estúpida” y cuya complejidad no se molesta en comprender. Sin embargo, el miedo contrasta con el triunfalismo que sigue sosteniendo el discurso de la Unión Europea, muy similar al británico, que presenta a una Rusia en decadencia y al borde del colapso frente a un continente en alza. “Lo que viene: Europa-arriba (con capacidades de defensa); Rusia-abajo (material y políticamente); Estados Unidos-fuera (preparando la retirada); Ucrania-dentro (preparando la integración urgente de defensa con Europa)”, afirmó en un post publicado en las redes sociales para describir lo que llama Pax Europaea el comisario europeo de Defensa Andrius Kubilius. Su discurso quiere apelar a la célebre autonomía estratégica europea, a la unidad continental de apoyo a Ucrania y enfrentamiento a Rusia y al éxito de la política de rearme. Y aun así, los países europeos han sido incapaces de poner en marcha el ultimátum que impusieron a Rusia y siguen rogando a Estados Unidos que permanezca involucrado en la cuestión ucraniana.
“Oficiales ucranianos admiten que el apoyo de Europa solo llega hasta donde llega. «Será extremadamente difícil sin los americanos», le dijo a nuestra Veronika Melkozerova un representante ucraniano de alto rango al que se respeta el anonimato para que pueda hablar con sinceridad sobre las conversaciones. El oficial añadió que la nueva estrategia de Kiev ha sido «decir lo que Trump quiere oír» como intento de mantenerle en las negociaciones”, escribía la semana pasada The Wall Street Journal, admitiendo una estrategia evidente desde hace meses y que están utilizando en este juego diplomático tanto Ucrania como Rusia para garantizarse una mejor posición tanto si Estados Unidos permanece involucrado como si no lo hace. El apoyo de Trump implica, en caso de que Estados Unidos continúe en el proceso diplomático, la posibilidad de lograr mejores condiciones en la resolución del conflicto, pero sería aún más importante en caso de que, desanimado y aburrido, el líder estadounidense dejara en manos de los países europeos la guerra y la posguerra. En ese caso, ser vista como la parte que no ha obstaculizado el proceso de paz implicaría condiciones negativas para la otra parte. Como claramente especificaba el plan Kellogg-Fleitz, la consecuencia sería negar suministros militares a Kiev en caso de considerar que es Ucrania quien ha rechazado negociar y su aumento si se adjudica la culpa a Rusia.
Después de meses de calificar de mala esta guerra, es difícil imaginar el aumento masivo de envío de armamento y munición a Kiev por parte de Estados Unidos, aunque un giro de 180 grados tampoco es descartable en la actitud de Donald Trump. Sin embargo, mucho más probable es que, si la Casa Blanca considera que el Kremlin rechaza la negociación o no negocia de buena fe, la respuesta estadounidense sea dejar en manos de los países europeos todo lo relacionado con Ucrania y limitar su aportación a un fuerte aumento de las sanciones contra Rusia.
En ese juego en el que todas las partes afirman hablar desde la voluntad de buscar la paz y la necesidad de encontrar la forma de lograrla ha cobrado relevancia un personaje conocido, Lindsey Graham, célebre por sus visitas al frente durante la guerra de Donbass, en las que, junto a su inseparable John McCain, buscaba una política más dura contra Rusia por incumplir el acuerdo de Minsk que Kiev rechazaba implementar. Siempre dispuesto a elegir la vía de la amenaza contra su enemigo, el senador Republicano se ha convertido en el principal aliado de la Unión Europea en su intento de obligar a Donald Trump a abandonar la vía de ofrecer a Rusia alicientes de negociación para volver a la idea original de la escalada de amenazas y la promesa de que nuevas sanciones van a conseguir lo que los diecisiete paquetes anteriores no han logrado.
“Por muy satisfecha que esté la Unión Europea con cada nueva restricción, la UE no puede paralizar por sí sola la maquinaria bélica rusa”, ha escrito en la última edición de Foreign Policy el exministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, Dmitro Kuleba. “Preguntada por Politico sobre si Estados Unidos estaba de acuerdo con la nueva serie de sanciones, von der Leyen dijo que estaba «en estrecho contacto con el senador Graham», el senador republicano estadounidense que critica duramente al presidente ruso Vladimir Putin”, escribía hace unos días el medio estadounidense. “Estamos muy alineados en los campos en los que deben estar las sanciones”, añadió von der Leyen, sin dejar del todo claro si se refería al halcón Republicano o a Estados Unidos en general.
En cualquier caso, Graham se ha convertido en un interlocutor relevante para la Unión Europea en su intento de presentar la diplomacia como absolutamente estancada, inútil e imposible si no viene acompañada de amenazas severas que la Unión Europea del rearme y la autonomía estratégica no puede implementar sin la ayuda de Estados Unidos. El valor de Lindsey Graham radica en su probada beligerancia y su manifiesto odio a todo lo ruso pero, ante todo, por su demostrada capacidad para influir sobre Donald Trump. “Esta guerra es por dinero… el país más rico de toda Europa en minerales de tierras raras es Ucrania, con un valor de entre 2 y 7 billones de dólares… así que Donald Trump va a hacer un trato para recuperar nuestro dinero y enriquecernos con tierras raras”, afirmó en una aparición en Fox News cuando su objetivo era utilizar los recursos minerales ucranianos -reales o imaginarios- para llamar la atención del presidente de Estados Unidos e interesarle en el aspecto económico que podría suponer para Estados Unidos la implicación en Ucrania más allá de la guerra. Sus esfuerzos se vieron recompensados por un acuerdo de explotación económica cuyos términos no se conocen al completo, pero que supone que Estados Unidos tendrá acceso a una parte de los ingresos por extracción de minerales en Ucrania en el futuro.
La misión actual de Graham, que junto al sustituto de John McCain, el senador Demócrata Sidney Blumenthal, lleva semanas trabajando en la legislación, es conseguir que Donald Trump adopte la vía de las amenazas para obligar a Rusia a negociar según los términos que dicta Ucrania. Para ello no solo está en marcha el trabajo de los senadores, sino una campaña mediática que en las últimas horas se ha traducido en dos artículos de opinión publicados por The Washington Post y que apelan a dos grupos diferentes de población, ambos senadores, pero de diferente signo político. El objetivo de Graham, y que von der Leyen ha adoptado con entusiasmo, es aprobar una legislación que impondría aranceles del 500% a los países que trabajen con los bancos rusos sancionados o que adquieran productos rusos como petróleo, gas o uranio (curiosamente, uno de esos países es Estados Unidos). La ley, que según Graham y Blumenthal tiene el apoyo de 82 senadores, busca esencialmente aislar económicamente a Rusia, entendiendo que los productos energéticos son su principal exportación y, por lo tanto, fuente de ingresos y parte de la base de que ni siquiera su aliado chino va a arriesgarse a esas sanciones estadounidenses. Las medidas que propone Graham, sin que haya ninguna certeza de que Estados Unidos sería capaz de aplicar, tampoco tienen en cuenta el efecto que podría tener en el mercado mundial del petróleo la eliminación de un plumazo de uno de los grandes productores.
Lo incierto de las posibilidades de Estados Unidos de imponer el equivalente al embargo de Cuba a un país del tamaño de Rusia no son relevantes cuando la legislación busca fundamentalmente ser una herramienta de presión tanto para Donald Trump como para Vladimir Putin. “Hasta el jueves por la tarde, la legislación de Graham contaba con 82 patrocinadores: 41 republicanos (incluido Graham), 40 demócratas y un independiente afín a los demócratas. Los senadores no copatrocinadores son 12 republicanos, cinco demócratas y un independiente que coincide con los demócratas”, escribe George Will, columnista habitual de The Washington Post en el primero de los artículos, en el que pregunta al resto de senadores “en qué están pensando”. Su argumento está dirigido fundamentalmente al ala Demócrata y a la Republicana no trumpista y, destacando el valor de la actuación bipartidista, presenta la ley promocionada por Graham y Blumenthal como una ocasión para reafirmar el poder del legislativo en el ámbito de política exterior y presionar así al ejecutivo. Y entendiendo el internacionalismo como intervencionismo, Will sentencia que “Graham ha desplegado la bandera de su compañero de fatigas John McCain, firme defensor del internacionalismo estadounidense y republicano. Fue candidato presidencial de su partido hace 17 años. El apoyo a la legislación de Graham, especialmente por parte de los recientemente inertes republicanos del Senado, da nuevos motivos para esperar que William Faulkner tuviera razón: «El pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado»”. El intervencionismo debe continuar, al igual que la escalada de amenazas a Moscú.
En un tono similarmente amenazante pero dirigido a los senadores partidarios de la política de Donald Trump, Marc Thiessen, que en el pasado ha utilizado sus columnas para realizar labores de grupo de presión y conseguir un aumento del suministro militar a Ucrania (eso sí, no como donación sino como relación comercial), abogar por incautarse de los activos rusos retenidos en la Unión Europea o defender el acuerdo de extracción de minerales, aboga por aprobar la ley rápidamente, aunque no necesariamente por enviarla a la Casa Blanca para que sea ratificada. “Esto aumentaría drásticamente la influencia de Trump con Putin, dándole una espada de Damocles para colgar sobre la cabeza del líder ruso, respaldado por una abrumadora mayoría bipartidista en el Congreso. Daría más poder a Trump y reforzaría su influencia en las negociaciones al otorgarle la facultad de imponer sanciones paralizantes contra Rusia en el momento que él elija. Y pondría de relieve que Estados Unidos está políticamente unido a Trump en su apoyo a este enfoque”, escribe Thiessen.
Todo actualmente pasa por mostrar unidad, sea o no real, y por aumentar sensiblemente el nivel de las amenazas.
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