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Propaganda, Rusia, Ucrania, Wagner

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Sin necesidad de intervenir ni fomentar un conflicto que siempre fue una representación de luchas internas, Estados Unidos busca maximizar los beneficios del motín armado liderado el pasado sábado por Evgeny Prigozhin. El anuncio de la preparación de la entrega del equipamiento pesado en manos de Wagner al Ministerio de Defensa de la Federación Rusa implica, en la práctica, el desarme de la empresa como grupo, cuando menos en suelo ucraniano o ruso. Queda en el aire el estatus y la disponibilidad de equipamiento militar de los soldados de fortuna de la empresa en Bielorrusia y, sobre todo, en sus misiones extranjeras. Puede que ese aspecto del trabajo de Wagner en el exterior sea una de las cuestiones que las autoridades rusas hayan de continuar negociando con Evgeny Prigozhin, del que ayer se especuló que había visitado brevemente Rusia para realizar contactos.

No es posible conocer aún qué porcentaje de empleados de la empresa firmarán contratos con el Ministerio de Defensa ni cuántos se trasladarán a Bielorrusia para convertirse inmediatamente en una herramienta del discurso occidental. Pese a que el contingente no haya llegado aún al país, Polonia y los países Bálticos han comenzado ya una campaña para exigir del fortalecimiento del flanco del este de la OTAN ante la amenaza de inestabilidad que, en su opinión, supone Wagner. Sin necesidad siquiera de valorar la capacidad de combate de los soldados de Prigozhin, su disponibilidad de recursos o planes de futuro, puede decirse que la idea de la temible empresa mercenaria rusa al mando de un exaltado nacionalista capaz de poner contra las cuerdas el dictador Vladimir Putin es una idea poderosa en manos de la maquinaria de propaganda de Occidente, dispuesto a utilizar cualquier argumento contra su enemigo del este.

El tiempo va mostrando que, como se esperaba, las consecuencias para las operaciones de Wagner en el extranjero van a quedar el margen de su participación en la guerra. A la pregunta de cuál será el estatus de la empresa en la República Centroafricana, donde Wagner presta servicios de seguridad con un contingente de menos de dos mil soldados, las autoridades rusas han respondido que “es cosa suya”. Pese a la constatación realizada el martes por Vladimir Putin, que abiertamente recordó que los contratos públicos son la base de financiación de Wagner, Rusia parece regresar a la idea de desentenderse de la actuación de la empresa y sus mercenarios en los casos en los que los servicios son suministrados al exterior. Hasta febrero de 2022, la participación de Wagner en misiones extranjeras, sus contactos con dictadores o líderes paramilitares africanos o su participación en operaciones de contrainsurgencia en países como la República Centroafricana, pero también Mali, donde Wagner llegó a compartir lucha con cascos azules de Naciones Unidas, suponían el grueso de las críticas occidentales a los mercenarios de Prigozhin y, por extensión, al Estado ruso. Durante un tiempo, la guerra en Ucrania ha monopolizado la información, pero el protagonismo mundial que Wagner ha adquirido en los últimos días vuelve a ampliar el abanico de información sobre el grupo.

En cierta forma siguiendo la estrategia de Prigozhin de exagerar la presencia y el poder de Wagner en los diferentes conflictos bélicos en los que ha participado o participa y en los países en los que actúa, en muchos casos, realizando las mismas tareas antes realizadas por las antiguas colonias europeas, Occidente ha querido ver en la presencia rusa en países africanos un peligroso imperialismo ruso. “Wagner ha conseguido en tan solo cinco años infiltrarse y controlar la cadena de mando militar de la República Centroafricana, así como los sistemas económicos y políticos del país”, escribe esta semana en la influyente Foreign Policy el reportero de seguridad nacional Robbie Gramer, una de las voces recurrentes del establishment mediático estadounidense citando a Nathalia Dujan, investigadora y “líder del programa Wagner” en el centro Sentry, una organización aparentemente independiente pero financiada por todo tipo de agencias gubernamentales o asociadas a gobiernos occidentales.

Dujan añade que “Rusia ha mostrado su plan de guerra psicológica y dominación, un colonialismo ultraviolento verdaderamente nuevo”. Salta a la vista la hipocresía de los medios y gobiernos occidentales denunciando como bárbaro colonialismo la presencia de menos de dos millares de soldados, que de ninguna manera pueden haberse hecho con el control de un país, especialmente uno con un grave problema de desestabilización y notoriamente difícil de controlar. Sin embargo, este discurso, y la hipérbole que lo acompaña, ya que la presencia de Rusia en África no puede compararse a la de las potencias occidentales, sin duda mucho más establecidas política, económica y militarmente en el continente, es tremendamente útil ahora mismo.

Pese al enfrentamiento con las autoridades, toda crítica a Wagner es en realidad una crítica al Estado ruso, que permite y se aprovecha de la presencia de Wagner -o eso es lo que la prensa occidental alega, aunque Rusia no haya conseguido aún, por ejemplo, la base militar deseada en Sudán pese a la presencia de la empresa de Prigozhin durante años- para adquirir presencia en el continente. Por motivos evidentes, Wagner no va a recibir ahora apoyo mediático o defensa alguna por parte del Estado ruso. El Kremlin s ha mostrado dispuesto a dejar pasar el intento de motín armado en favor de la paz interna, un cierre -que quizá se pruebe en falso en el futuro- y la garantía de poder seguir contando con al menos una parte de los mercenarios reclutados por Prigozhin y se ha arriesgado con ello al descontento interno en sectores como las VKS, que sufrieron bajas mortales y pérdidas materiales importantes durante el episodio. En ese contexto, es difícil imaginar que el Gobierno ruso levante la voz para defender a Prigozhin o su entorno, ni siquiera aunque eso implique ataques que serán, en realidad, no contra la empresa, sino contra el Estado. Occidente afina así una herramienta de presión de la que ya disponía, pero que ahora se hará más presente.

Pero la presión no va a limitarse a la acción exterior de Wagner en los próximos meses, aunque posiblemente sea ahí donde se concentren las acciones de los mercenarios de Prigozhin perdidos ya su autonomía y protagonismo en la guerra de Ucrania. Tanto los gobiernos occidentales como la prensa han comprendido el valor de Prigozhin como argumento contra el Estado ruso y las posibilidades que la rebelión armada del pasado fin de semana suponen a la hora de desestabilizar tanto al establishemnt político y económico como para minar el esfuerzo bélico ruso en Ucrania. Cuestionada la estabilidad del Gobierno de Vladimir Putin y del régimen político en general -pese a que no se produjeran disidencias ni hubiera un peligro real de golpe de estado-, la situación es ideal para continuar con esos esfuerzos, que han comenzado ya en forma de filtraciones de inteligencia.

En esta guerra en la que tan solo se exige rigor periodístico y contraste de fuentes que, por supuesto, no pueden ser anónimas en caso de crítica a Ucrania o sus aliados occidentales, The New York Times publicaba ayer un artículo basado exclusivamente en fuentes anónimas y oficiales estadounidenses que apuntaban directa y abiertamente al general Surovikin. Nombrado encargado de las relaciones con Wagner en el momento en el que estalló mediáticamente el conflicto entre Prigozhin y Shoigu por la cuestión de la supuesta falta de munición, el comandante de las VKS es señalado por el medio estadounidense como conocedor de la trama. Por medio de The New York Times, esas fuentes anónimas han querido dar a entender que existía un apoyo, no solo de parte del ejército, sino de generales de tan alto rango como Surovikin, a las acciones de Prigozhin. “Oficiales estadounidenses de alto rango sugieren que la alianza entre el general Surovikin y el señor Prigozhin podría explicar por qué el señor Prigozhin aún sigue vivo pese a haber capturado un centro militar ruso clave y haber ordenado una marcha armada sobre Moscú”, escribe  el medio, que no explica por qué los combatientes de Wagner se ensañaron única y exclusivamente con la aviación, comandada por su aliado Surovikin, que fue, además, la primera persona en prestar su imagen para trasladar el mensaje de condena y exigencia de deponer las armas a cambio, eso sí, del perdón. En ese caso sí, una de las fuentes anónimas citadas explica que el lenguaje corporal del general recordaba al vídeo de un rehén. No se precisa más evidencia que la opinión de un oficial anónimo con interés en colocar ese mensaje en el ámbito mediático.

“Los oficiales estadounidenses y otros entrevistados para este artículo hablaron desde el anonimato para discutir una inteligencia sensible. Insistieron en que gran parte de los que Estados Unidos y sus aliados saben es preliminar”, admite el medio en la parte final del artículo, un sutil recordatorio de que, por definición, la publicación de información de inteligencia presentada como periodismo no es más que desinformación. Refiriéndose a este artículo Mark Galeotti -que superó admitiendo su culpa el descrédito que supuso para él una interpretación errónea de unas palabras de Valery Gerasimov que convirtió en la exitosa aunque inexistente doctrina Gerasimov– y periodistas como Mark Ames han apuntado al intento estadounidense de aprovechar la coyuntura para desacreditar al máximo a ciertas figuras de la jerarquía militar rusa. La cuestión de posibles cambios en las estructuras del Ministerio de Defensa o el Estado Mayor ha quedado en el aire y, ante esa posibilidad, el general Surovikin podría estar bien posicionado. Su descrédito podría ser, por lo tanto, un objetivo claro de los aliados de Ucrania. Recordando su papel como arquitecto de la defensa que ahora está impidiendo un rápido avance ucraniano, Galeotti sentencia que, para Ucrania, Surovikin es una amenaza precisamente por ser “un general peligrosamente competente”. La técnica funciona y, a lo largo de la tarde comenzaron los rumores, rápidamente recogidos por los canales ucranianos. The Moscow Times hablaba ya de la detención de Surovikin, noticia que recogían también otros medios opositores, pero que negaban otros generalmente con más rigor como Kommersant. En cualquier caso, la operación ha tenido ya éxito y la duda recae sobre el que posiblemente sea el mejor de los generales rusos. De ahí que se haya convertido rápidamente en un objetivo al que desacreditar ahora que se dispone de una nueva herramienta para hacerlo.

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