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Contratistas: el siguiente debate

La privatización de la guerra es, desde hace muchos años, pero especialmente desde el inicio del periodo neoliberal, uno de los sueños cumplidos de las empresas militares privadas, las PMC por sus siglas en inglés, cuyo peso ha aumentado notablemente desde el final de la Guerra Fría. En este tiempo, el uso de contratistas, mercenarios y soldados de fortuna se ha dado en dos direcciones. Por una parte, la vía tradicional del alquiler de soldados o incluso ejércitos. Por otra, ha aumentado de forma vertiginosa la subcontratación de la guerra, es decir, la sustitución de los soldados profesionales por contratistas que actúan como parte de las tropas oficiales de un país en un conflicto bélico. Es el caso de Estados Unidos, en cuyas últimas guerras -Irak y Afganistán- las cifras de contratistas han sido superiores a las de soldados del ejército regular. Rebajar los costes o camuflar las bajas, ya que las muertes de contratistas no son tenidas en cuenta de la misma manera que las de los soldados oficiales, son dos de los factores más importantes a la hora de ese cambio que se ha producido en las últimas décadas. Al fin y al cabo, las formas de hacer la guerra han seguido el mismo camino de privatización que otros sectores económicos.

Esa es, al menos, la esperanza de quienes han hecho carrera a base de formar empresas capaces de formar ejércitos y actuar como tal, entre los que destaca, por ejemplo, Erik Prince. El fundador de Blackwater, cuyo negocio ha cambiado de nombre en cada ocasión que ha tenido que tapar un escándalo, ha presentado a su Gobierno tantos planes de privatización como guerras ha encontrado por el mundo. Su último intento, con su hermana Betsy deVos en el gabinete de Trump como secretaria de Educación, fue sustituir a las tropas regulares estadounidenses por contratistas en Afganistán, dejando en manos de su ejército privado el control del sector de la seguridad de todo un país. La privatización de la guerra de Afganistán no convenció a un Trump decidido a llegar a un acuerdo con el talibán para abandonar el país tras más de 20 años de presencia, guerra y completo fracaso a la hora de crear un Estado por el que la población estuviera dispuesta a pelear. Pero Prince, el condottiero más conocido actualmente, nunca ha perdido la esperanza de que la dinámica de privatización y subcontrata de operaciones militares de amplio espectro vuelva a aumentar.

El caso de Wagner es una muestra de que las empresas militares privadas no son solo patrimonio de Occidente o de señores de la guerra de conflictos generalmente olvidados por los grandes medios. El peso de Wagner hasta el motín que hace un año hizo descarrilar las aspiraciones de poder militar de su dueño está sujeto a todo tipo de especulaciones, propaganda y manipulación, pero es indudable que el ejército privado de Evgeny Prigozhin ha sido importante en batallas como la de Artyomovsk y que ha sido una fuerza auxiliar relevante también en la presencia rusa en la guerra de Siria y en las actividades de la Federación Rusa en África. La privatización de la guerra y del sector de la seguridad no es solo cosa de Estados Unidos y sus aliados.

Lo ocurrido hace exactamente un año, con un amago de sublevación que causó bajas de personal y pérdidas materiales a la aviación rusa, obligó al Kremlin a tratar de convencer a los soldados de Prigozhin a aceptar contratos con el ejército regular, la Guardia Nacional o a integrarse en PMCs controladas por el Ministerio de Defensa. Rusia pretendía así diluir Wagner en las estructuras oficiales, intentando  eliminar el peligro de que se creara un ejército dentro de otro, algo que ya había demostrado ser notoriamente peligroso.

Al otro lado del frente, es conocida la presencia -extraoficial, eso sí- de contratistas extranjeros al servicio del Ministerio de Defensa de Ucrania. Periódicamente, los medios rusos se hacen eco de la muerte de soldados de origen latinoamericano, especialmente colombianos, que no formaban parte de la legión de voluntarios de Ucrania, sino que eran soldados de fortuna que luchaban a favor de Ucrania por motivos puramente económicos. Y como en todos los demás aspectos de la guerra, a medida que avanza el conflicto, también el uso de contratistas sufre cambios. “La administración Biden se inclina por permitir el despliegue de contratistas estadounidenses en Ucrania”, escribe esta semana CNN. Instalada la guerra en la enésima fase de escalada, con el reciente permiso del uso de armamento estadounidense contra territorio ruso y una creciente cantidad de misiles de crucero en manos de Kiev, era de esperar que regresara a los titulares la cuestión del personal.

Por el momento, el medio estadounidense anuncia que “cuatro funcionarios estadounidenses familiarizados con el asunto han declarado a CNN que se están tomando medidas para levantar la prohibición de facto de que los contratistas militares estadounidenses se desplacen a Ucrania para ayudar al ejército del país a mantener y reparar los sistemas de armamento proporcionados por Estados Unidos”. El artículo precisa que esa posibilidad está siendo solo valorada, no se ha tomado una decisión y no parece que sea inminente. A lo largo de esta guerra, Estados Unidos ha utilizado repetidamente los medios para filtrar posturas o datos de los que no deseaba hablar de forma oficial y esta noticia parece una forma de tantear la opinión pública e iniciar el camino hacia levantar el veto, por el momento no a enviar soldados, pero sí a que la cuestión se ponga sobre la mesa. En realidad, se trata de una actuación similar a la de Emmanuel Macron cuando el presidente francés quiso lanzar una escasamente velada amenaza a Rusia, la hipotética posibilidad del envío de tropas europeas a Ucrania, simplemente para aumentar el nerviosismo en la Federación Rusa.

El uso de contratistas no solo es útil para ocultar bajas propias o reducir costes, sino que puede servir como herramienta para negar que el país que los envía sea considerado beligerante. Hasta ahora, la única cuestión en la que había pleno acuerdo entre Moscú y Washington era evitar un enfrentamiento directo. Así se debe entender, por ejemplo, la conversación mantenida esta misma semana por los titulares de Defensa de Rusia y Estados Unidos, Belousov y Austin. Sin embargo, los pasos dados hacia el permiso a Ucrania del uso de equipamiento estadounidense en la Federación Rusa y la propia dinámica de una guerra cuyo fin no parece cercano provoca que cada movimiento de las partes aumente el riesgo de que también ese consenso desaparezca. Considerado una línea roja hace tan solo dos años, el envío de tropas -aunque no se trate de tropas regulares-, o incluso el hecho de que al posibilidad sea filtrada a la prensa, elevan esos peligros.

Por el momento, el artículo de CNN no se refiere a contratistas que vayan a participar en el combate, ni siquiera como “asesores”, cuya labor se realiza en la difuminada frontera entre tareas de lucha y las que no lo son, sino con el objetivo de apoyo técnico y reparación del equipamiento estadounidense. El reto logístico de introducir en la doctrina ucraniana un material procedente de numerosos países dificulta su conversación, por lo que Estados Unidos buscaría facilitar esas tareas

“Los funcionarios de la Administración empezaron a reconsiderar seriamente esas restricciones en los últimos meses, según dijeron, a medida que Rusia seguía ganando terreno en el campo de batalla y la financiación estadounidense para Ucrania se estancaba en el Congreso. Permitir la presencia en Ucrania de contratistas estadounidenses experimentados y financiados por el gobierno de EE.UU. significa que podrán ayudar a reparar equipos dañados y de gran valor mucho más rápidamente, dijeron los funcionarios. Uno de los sistemas avanzados que, según las autoridades, requerirá un mantenimiento regular es el caza F16, que Ucrania recibirá a finales de este año”, escribe CNN en el párrafo clave. Esta misma semana se han conocido más problemas en el programa de instrucción de los pilotos ucranianos que deben manejar los F16 de fabricación estadounidense, pero a esos retos se une también la necesidad de mantenimiento, en la que el papel de Estados Unidos es imprescindible. . No se trata, al menos de momento, de la privatización de la guerra con la que soñarían figuras como Erik Prince, pero sí de un paso más en el aumento de la presencia y el control estadounidense en Ucrania, que en este caso busca garantizar la supervivencia de la aviación de la que piensa dotar a las Fuerzas Armadas de su ejército proxy. Sin embargo, en esta guerra en la que las líneas rojas van quedando atrás, es de esperar que no pase demasiado tiempo hasta que Kiev reclame el envío de contratistas, voluntarios o soldados de fortuna para pilotar los F16 o reponer las maltrechas filas del ejército ucraniano. Al fin y al cabo, los contratistas garantizan anonimato, su presencia puede ser negada y no representan necesariamente a su país de procedencia.

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