Un festín en plena guerra

Artículo Original: Andrey Manchuk

El tribunal del distrito Babushkinskiy de Dnipropetrovsk ha condenado a un residente local por robar unos chocolates por valor de 333 grivnas [unos 10€] en un supermercado. El acusado recibió una sentencia de un año y siete meses de privación de libertad que tendrá que pasar en prisión.

Este tipo de noticia ilustra cómo la vida de la sociedad ucraniana se ha construido sobre la base de terribles injusticias sociales. Los fuertes y ricos ucranianos pueden permitirse robar millones del presupuesto del Estado, propiedades o tierras a sabiendas de que no sufrirán castigo alguno por ello. Pero cuando nos referimos a los ucranianos comunes, el sistema de justicia inmediatamente se pone en alerta en toda su potencia, aplastando sin piedad el futuro de la sociedad.

“Probablemente solo quería comer. ¿A quién iba a vender esos chocolates? Tenía hambre y quería algo de azúcar. Aquí no hay trabajo. Yo le entiendo, nosotros también tenemos que ahorrar en comida para pagar las facturas. Ya nos hemos acostumbrado”, escribió en Facebook un compasivo compatriota del ciudadano condenado. Probablemente le interesaría saber que los representantes de la clase dirigente ucraniana han conseguido tal nivel de riqueza y prosperidad que ni siquiera encuentran dónde gastar el dinero que han robado al pueblo, así que el consumo compulsivo es el lugar común de la avaricia. Por ejemplo, el primer ministro Groisman, que siempre llega tarde a las reuniones, posee, según su declaración pública, doce relojes de alta gama de las marcas Ulysse Nardin de más de 5.000 dólares; Audemars Piguet, de 4.000 dólares; Rolex, Parmigiani, Girard-Perregaux, Breguet y Boucheron, por valor de 1.500 dólares cada uno.

Tras la publicación de la declaración, uno de los periodistas ucranianos ingenuamente se aproximó al líder del Gobierno con la obligada pregunta de si es moral tener joyas de oro cuando lideras el país más empobrecido de Europa, pero jamás obtuvo respuesta. Especialmente porque Groisman ni siquiera se plantea que sus relojes sean algo especialmente valioso y caro en comparación con los accesorios del rico ucraniano estándar, sino que se trata de algo sin lo que es impropio aparecer en el círculo de los señores respetables.

Sin embargo, qué vamos a decir del primer ministro, si hasta los marginados de ayer han sido capaces de utilizar de forma efectiva la situación para subir en la escala social en la Ucrania post-Maidan y conseguir, a la velocidad de la luz, todo tipo de lujos absolutamente inaccesibles a la población. Por ejemplo, el antiguo líder de la “Unión Nacionalsocialista de Ruso-Bielorrusa”, Sergey Korotkov, que luchó en el batallón Azov y que en 2014 recibió su pasaporte ucraniano de manos del presidente Poroshenko, ha declarado ahora, solo dos años después, dos pisos en Kiev, un deportivo, un reloj de 140.000 grivnas y una pluma Montegrappa de 120.000.

¿Cómo vive ese pequeño estrato de la élite ucraniana, no más del 1% de los superricos, los nuevos ricos, y su clientela más cercana? Recientemente he hablado de ello con un viejo amigo que, hasta hace poco, trabajaba en uno de los clubs de golf más grades de Ucrania a las afueras de Kiev y que está perfectamente familiarizado con las formas de la clase dirigente ucraniana.

“Después de Maidan, la clientela aumentó”, cuenta al explicar la dinámica de los cambios en los círculos de las personas más ricas de Ucrania. “Antes venían oficiales y diferentes gestores. Ahora el país es mucho más pobre, pero viene mucha gente que ha pescado en río revuelto. La mejor parte es cuando se celebran algunas fiestas. No falta el dinero, no se privan de caprichos. Por ejemplo, ¿cuántas veces se habló de los avestruces de Yanukovich? Ahora en un cumpleaños puede haber un zoo, más de diez animales exóticos traídos directamente desde África. Búfalos, antílopes, cocodrilos. Cómo han llegado a Ucrania, y si fue legal o no, no tengo ni idea. Mientras no sea para cazar está bien”.

Según mi fuente, para una celebración de los miembros del club, se decidió que se harían regalos los unos a los otros: regalos por valor de 10.000 dólares. Se trata del tipo de regalos que la élite de Kiev se hace para satisfacer sus fantasías de ricos. Uno de ellos filmó una película privada utilizando fragmentos de la icónica película El Padrino, sustituyendo a los actores por sus amigos. Para ello utilizó todo el material y el personal de uno de los estudios de Kiev. Otro se jactó de regular sesiones con un veterinario y nutricionista europeo para los perros de raza y regularmente hace que viaje desde Europa a Kiev para examinar a las mascotas. Un tercero estuvo orgulloso de presentar a sus amigos un carísimo rifle antiguo con incrustaciones de huesos de mamut. Según explicó, se trata del rifle más caro subastado en Europa en 2015, mientras los ucranianos morían trágicamente en el frente.

Las excentricidades de toque aristocrático solo están limitadas por la imaginación de los extravagantemente ricos clientes, que hace tiempo que tienen todo lo que podrían querer: castillos, mansiones y villas en el Mediterráneo o yates caros cuyo valor es superior a cualquier buque de la Marina ucraniana. Los productos de lujo, adquiridos en forma de productos o servicios exclusivos, son para ellos una forma de tirar el dinero fácil que han conseguido y que desesperadamente necesitan sus empobrecidos compatriotas. Estos maestros de la vida pueden hacer lo que les plazca, mientras que los ucranianos comunes pueden pasar hasta seis años en prisión por robar un trozo de chocolate en un supermercado.

Un festín durante la guerra. Y las consecuencias para el país serán peores que cualquier plaga.