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El año de la lucha contra la oligarquía

Artículo Original: Viktor Shapinov / Svobodnaya Pressa

Hace tiempo que la lucha contra la oligarquía se ha convertido en un lema común en Ucrania, aunque el contenido detrás de esos eslóganes es escaso. La necesidad de esa lucha era conocida por la práctica totalidad de los políticos y fuerzas políticas, que a su vez gastaron grandes cantidades de dinero en campañas electorales pagadas por el gran capital. Los votantes ucranianos simplemente dejaron de creer en esos lemas contra la oligarquía y se resignaron a votar por el protegido de “su” oligarca. El principio “nuestro hijo de puta” ha funcionado en todos los procesos electorales recientes, en los que el resultado se reducía a representantes de la oligarquía “ucraniana” contra la oligarquía “de habla rusa”. Incluso el Partido Comunista de Ucrania, que debería haber aprendido a luchar contra el gran capital del propio Marx, prefirió evitar el peligroso camino de esa lucha y se acomodó en la búsqueda de alianzas con grupos de oligarcas vencedores.

Así llegó el invierno de 2013-2014, cuando el delicado equilibrio del consenso oligárquico quedó roto, primero por los vientos de la crisis global y después por la brutal interferencia de fuerzas extranjeras en la lucha política interna en el país.

En parte por la reducción del botín que los grupos oligárquicos se repartían y en parte por el exceso de codicia del séquito de Viktor Yanukovich, la oligarquía ucraniana al completo se unió en la lucha contra el clan Yanukovich, que incluía tanto familiares como amigos cercanos al presidente. Prácticamente sin excepción, los oligarcas del país apoyaron el Maidan.

A pesar de ciertas dudas iniciales, incluso el “jefe” de Donbass, Rinat Ajmetov, apoyó a los manifestantes de Maidan. Durante una reunión frente a frente con el oligarca, la representante de Estados Unidos, Victoria Nuland, dio con los argumentos necesarios para atraer al oligarca, principal patrocinador del Partido de las Regiones, a los ideales de la “revolución de la dignidad”. En mayo de 2014, mientras el ejército ucraniano bombardeaba barrios residenciales de Slavyansk y Kramatorsk, este “patriota de Donbass” respaldaba a Poroshenko en su investidura.

El jefe de la administración presidencial, Sergei Levochkin, también pasó al lado de los manifestantes. Su esposa incluso se unió a las protestas. Aunque pueda parecer extraño ahora, parte del clan Yanukovich llegó incluso a invertir dinero en Maidan con la esperanza de que las protestas contribuirían a reemplazar al primer ministro Azarov con “nuestro hijo de puta” Sergei Arbuzov, amigo del hijo del presidente.

La alianza coyuntural de la oligarquía contra Yanukovich se forjó bajo patrocinio de Estados Unidos y la Unión Europea, que hábilmente utilizó el juego político para exigir a la oligarquía ucraniana un “juramento de lealtad” a los “ideales de la integración europea”. Apenas meses antes de la victoria de Maidan, la embajada de Estados Unidos se convirtió en el único mediador entre los diferentes clanes y, a finales de 2015, los políticos ucranianos ya alardeaban con orgullo de aquellas medidas que habían encontrado la aprobación de los funcionarios estadounidenses.

Pero la unión de la oligarquía supuso un efecto secundario inesperado para las élites ucranianas: el sudeste del país se quedó sin “sus hijos de puta”. Y comenzaron las protestas verdaderamente populares, reprimidas por la fuerza en Odessa y Járkov; con éxito en Donetsk y Lugansk.

Yanukovich huyó humillado y sin preocuparse por “su” sudeste. Hay que recordar que fue él quien inició el proceso de integración europea, impopular en las regiones de habla rusa y que supuso la transformación de Ucrania en una colonia económica de la Unión Europea. De ahí que a la cabeza de las protestas populares contra el golpe de estado nacionalista no hubiera líderes del Partido de las Regiones sino nuevas figuras que no se habían desacreditado a ojos de la población colaborando con los partidos y coaliciones oligárquicas.

Al otro lado, a la cabeza de la victoriosa “revolución de la dignidad” en Kiev, se encontraban las mismas caras ya conocidas: Petro Poroshenko, cofundador del Partido de las Regiones y ministro de Desarrollo Económico con Yanukovich y los oligarcas nombrados gobernadores Kolomoisky y Taruta. Entre las “nuevas caras”, la única con un puesto con autoridad para tomar decisiones es el expresidente georgiano Mijail Saakashvili.

Protesta contra el oligarca Kurchenko en Donetsk a finales de 2015.

Protesta contra el oligarca Kurchenko en Donetsk a finales de 2015.

La influencia de los oligarcas en las Repúblicas Populares comenzó a decaer. En su mayor parte, los viejos funcionarios leales a los oligarcas huyeron y fueron sustituidos por caras nuevas que comenzaron el proceso de construcción del estado. Sin embargo, las estructuras de clanes y las propiedades oligárquicas se mantuvieron en Donbass, aunque el equilibrio de poder hubiera cambiado. Los directos y evidentes intentos de “regresar” a Donbass se encontraron con la decidida resistencia de las autoridades, como ocurrió con Kurchenko, cuyos negocios fueron expresamente prohibidos en la RPD y la RPL después de sus maniobras relacionadas con el suministro de carburantes en el verano de 2015. La nacionalización ha pasado de ser un lema popular a convertirse, gradualmente, en la realidad habitual del día a día de Donbass. El resto de Ucrania, al contrario, se prepara para desprenderse las últimas posesiones lucrativas del Estado, incluyendo puertos y redes ferroviarias.

Los retrasos de la parte ucraniana a la hora de implementar los acuerdos de Minsk también han colaborado a que continúe el proceso de apartar a la oligarquía. La influencia de los oligarcas ucranianos disminuye, mientras que, por suerte, sus homólogos rusos no se han apresurado hacia Donbass por temor a las sanciones y a las dificultades de trabajar en las repúblicas no reconocidas por la Federación Rusa. Donbass permanece “suspendido” entre dos centros de gravedad económicos y políticos –Rusia y Ucrania-, lo que supone una oportunidad única para aplicar políticas contrarias a la oligarquía en lugar de medidas neoliberales.

Sea cual sea el destino de la RPD y la RPL, sus éxitos en la lucha contra la oligarquía deben conservarse como el principal éxito de la revolución de Donbass. Si el proceso de paz queda congelado (y todo apunta en ese sentido), la no reconocida “segunda Transnistria” será libre para elegir un modelo económico sin mirar necesariamente a los modelos dominantes. En el mejor de los casos, la RPD y la RPL pueden convertirse en un “experimento” para políticas económicas socialdemócratas siguiendo el espíritu del “informe Glazyev”. Los éxitos de estas reformas podrían mostrar un camino para salir de la crisis que las autoridades rusas parecen incapaces de solucionar.

Los éxitos de las repúblicas en su lucha contra la oligarquía pueden mantenerse incluso si, por algún milagro, Ucrania opta por implementar los acuerdos de Minsk. Al fin y al cabo, no hay nada en los acuerdos de Minsk que exija la devolución de la propiedad nacionalizada a los oligarcas.

Las autoridades de la RPD y la RPL deben utilizar la frágil e incierta tregua que siguió a Minsk para combatir al enemigo interno que es la oligarquía ucraniana. Así que, adelante, 2016: año de la lucha contra la oligarquía.

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